www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
   
 
Palabras enterradas
Los casos de Espinosa Chepe y Jorge Olivera: ¿Es mucho pedir que La Habana tenga un rápido temblor de decencia?
por RAúL RIVERO, Madrid
 

Ya nadie le va a pedir al gobierno cubano que sea generoso. Ni democrático. Ni coherente, ni consecuente. Ya nadie va a hacer esa solicitud extravagante y extraterrenal. A ningún hombre racional se le ocurriría siquiera pedirle al gobierno cubano que fuera cubano.

J. Olivera
Periodista independiente Jorge Olivera.

Pero debía tener un ataque repentino y fugaz de decencia, esa palabra enterrada en los traspatios de los CDR, y examinar la situación de dos profesionales que, enfermos y perseguidos como criminales, tienen que seguir viviendo en su país en contra de su voluntad, de la lógica y de su salud.

Estoy hablando de Oscar Espinosa Chepe y Jorge Olivera. Los dos fueron condenados en marzo de 2003 a penas de 20 y 25 años de prisión. Veinticuatro meses después los enviaron a sus casas por las complejidades de su estado físico y, desde entonces, solicitaron autorización para salir de Cuba a curarse y a rehacer sus vidas. Pero no llega la tarjeta blanca.

Su Serenísima Majestad no hace el gesto. No asiente cuando los amanuenses se presentan cabizbajos y obsecuentes con la papelería de los dos periodistas ardiendo en las carpetas negras donde se trasiega con las vidas y los destinos de las personas.

No hay salida para ellos dos, que son decentes y tienen oficio y han vivido con el civismo de opinar libremente en una nación que sus antecesores le entregaron libre. Con problemas pendientes, pero libre. Con una Constitución un siglo delante de la que rige hoy. Libre, muy libre, en comparación, sobre todo, con los últimos 47 años.

Entonces, allá están. Tenaces y verticales frente al teclado, frente a las penurias, a las dolencias, frente a los cuadros familiares diversos y complicados y frente a unos hipócritas que envían médicos hasta el Polo Norte y dejan que sus ciudadanos padezcan y sufran enfermedades y falta de medicamentos, a tres cuadras de donde firman las órdenes de embarques de galenos criollos al sur de la estrella Aldebarán.

Oscar Espinosa y Jorge Olivera tienen que salir del país que aman porque están enfermos y agotados. Porque tienen sobre sus cabezas decenas de años de cárcel por cumplir y el papel que los mantiene en sus casas es sólo eso, un papel. Son dos cuños y unas firmas sin rostros, una materia muy frágil para garantizar la libertad.

Ellos sólo han hecho lo que es premiado y elogiado en las sociedades democráticas: escribir con honestidad sus opiniones. Examinar los asuntos de interés de su entorno con profundidad, apartados de la hojarasca, en busca de la raíz de los problemas y exponiendo las piezas rotas y las eventuales soluciones.

Ya son suficientes los rigores a que les han sometido. Siguen lúcidos y dignos, pero están heridos y tienen el derecho a salir del ruedo a curarse y a buscar otras fórmulas  para asumir sus compromisos como periodistas y como ciudadanos.

No es mucho lo que se pide. Un rápido temblor de decencia al gobierno. Y que después vuelva enseguida a su estado natural.

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