www.cubaencuentro.com Lunes, 18 de agosto de 2003

 
   
 
John Diez y Barbarito Lennon
La Habana oficialista entre Liverpool y Manatí. Lo que en un tiempo se prohíbe luego se hace obligatorio.
por RAúL RIVERO, La Habana
 
Raúl Rivero

Este año el aniversario de Barbarito Diez, aquella estatua de carbón que dulcificaba la república, pasó por debajo de las palmas, los sabanazos y las maniguas.

Sólo unas parejas de morenos impávidos salieron a bailar danzones allá en Manatí, el pequeño poblado de Oriente donde nació el cantor.

El hombre que le puso melodía y cadencia a los bailes cubanos de sesenta años de historia civil, permaneció en su onomástico un poco más adentro de la estancia modesta que él mismo se construyó en vida.

Todas las luces, los focos, los discursos y homenajes fueron a dar al alma de John Lennon, el genio inglés de la música que cumplía 21 años de muerto.

Se reeditaba así una maldición que pertenece, en Cuba, a la intendencia del totalitarismo: lo que en un tiempo se prohíbe, se hace después obligatorio.

Eso, por lo menos en este caso, a pesar de que se sobresaturó la atmósfera, no consiguió que el tedio llegara al río porque se trataba de un creador que ha hecho más noble el mundo que habitamos.

John Lennon
Lennon: primero prohibido, luego obligatorio.

Lo que provocó algunos sentimientos extraños en el público fue el interés de funcionarios y burócratas en mostrar a un Lennon a la izquierda de Leonid Brezhnev, disfrazado de condesa y de jardinero, para burlar las patrullas del FBI que, comandadas por Richard Nixon, lo perseguían de costa a costa en Norteamérica.

Es el Lennon carne del pueblo cubano, defensor de los pobres, cúmbila del proletariado mundial, socio de Todor Yikov y Edward Gierek, promotor de las guardias cederistas, el que no cuadra en la experiencia de muchos sectores de esta sociedad.

Su rebeldía, las irreverencias, sus propuestas para ridiculizar y denunciar esquemas convencionales, dogmas e intolerancias, parecían inclinarse hacia el pacifismo y la armonía, porque tengo entendido que ésa suele ser la provincia que más seduce a los artistas legítimos.

Pero, además, quién necesita de ese muchacho de Liverpool, asesinado por un fanático en Nueva York, sea de izquierda o de derecha.

A quién le interesa recordar —fuera de Yoko Ono— sus preferencias de cualquier signo. El mundo se ha quedado con su música y sólo por eso hay que amarlo y recordarlo. Desde luego, tampoco el día de su muerte, sino el de su nacimiento, que es lo trascendente para quienes lo acompañaron en el siglo XX y siguen junto a él en el XXI.

La gente quiere a John Lennon sin uniforme. Desnudo como en aquella foto y más desnudo todavía, sin la materia ya, sólo compases y mensajes de amor.

A John Lennon y no a John Lenin. Al gran ser humano que dio Inglaterra a todos los tiempos del hombre.

A ese músico es a quien las personas quieren recordar (que es re-animar) y a Barbarito Diez, sí señor. Inmóvil, pétreo, en guayabera, justo cuando su voz levanta una rosa de Francia y la remoja en el río Damují.

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