www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
Parte 2/2
 
Carta de esposa del opositor preso Manuel Vázquez Portal a Augusto Roa Bastos
 

Sr. Augusto Roa Bastos, ahora llegó usted aquí a Cuba con Fidel Castro. Supongo que los empleados del régimen le mostrarán una Cuba de vitrina: será llevado en la grata compañía de los funcionarios del gobierno, en automóviles con aire acondicionado, a hoteles de lujo para turistas extranjeros, se alimentará en restaurantes con comidas sabrosas y abundantes, lo tratarán en hospitales especiales para aquellos que pagan en dólares o que son invitados del presupuesto del Estado.

Quiero que sepa, Sr. Roa Bastos, que todo está fuera del alcance del cubano de a pie. No podemos entrar en estos hoteles, estos restaurantes, nos está prohibido ir a las playas que están reservadas para extranjeros, ni siquiera podemos comprar medicamentos en farmacias para extranjeros porque son en dólares y a precios que triplican el salario mensual de cualquier profesional. Nosotros vivimos aquí una pesadilla cotidiana de levantarse y pensar, no en la libertad ni en el futuro, sino en cómo sobrevivir.

Montamos unos vagones de pasajeros tirados por un camión tractor, comemos picadillo de soya (a falta de carne, no por gusto), tenemos la asistencia médica gratuita, pero nuestra salud se debilita más y más debido a 44 años de subalimentación e insalubridad.

Padecemos una represión ideológica que cercena el alma y convierte en enemigos a padres e hijos, hermanos y amigos. Cuba también tiene escritores que, como usted, en un tiempo han sido obligados a expatriarse. Ni sus nombres son mencionados en los medios de comunicación que controla el régimen.

Si su labor de periodista le enseñó, según usted mismo declaró en 1977 en entrevista con Ernesto González Bermejo, a "observar mejor la realidad humana", nosotras esperamos que ese conocimiento también le sirva en Cuba.

Aproveche su estadía en nuestro país para observar la realidad cubana, no la realidad virtual.

Esperamos entonces que usted pueda decir de nuestro dictador como del de su novela: "Dejaste de creer en Dios, pero tampoco creíste en el pueblo con la verdadera mística de la revolución, única que lleva a un verdadero conductor a identificarse con su causa, a usarla como escondrijo de su absoluta, vertical persona... Con grandes palabras, con grandes dogmas aparentemente justos, cuando ya la llama de la revolución se había apagado en ti, seguiste engañando a tus conciudadanos...".

Esta carta abierta que le escribo a usted, puede costarme años de cárcel y que mi pequeño hijo se quede también sin su madre o que mi esposo sea más crudamente tratado en la prisión de Boniato, donde se encuentra recluido, a más de 900 kilómetros de nuestro hogar. De cualquiera de las dos variantes usted será testigo. Apelo a su generosidad y compromiso con la verdad.

Respetuosamente,
Yolanda Huerga

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