Cartas
www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003 www.cubaencuentro.com

Lamento que fuese precisamente Luis Manuel García, uno de los analistas de la situación cubana que leo con más provecho, quien haya realizado, en su artículo El país que sí existe, una lectura reduccionista de mi trabajo Re-varelización. Si en algún párrafo mal concebido insinué el fin de Cuba como nación, como cultura, o como cualquier otra cosa, pido disculpas.

Semejante afirmación —aún sin ser cierta— me convertiría en una especie de anti-Colón, caído por un hueco negro en las antípodas de la historia, justo en el momento en que se disponía a declarar lo contrario de lo que dijo aquella memorable mañana de octubre: "Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos no han visto". Me temo que Luis Manuel García atribuye connotaciones cómicamente desproporcionadas a mis palabras: por supuesto, yo no puedo decretar la inexistencia de Cuba.

Lo que sí puedo —de hecho, lo hago cada vez que tengo oportunidad— es advertir lo obsoleta que se ha vuelto cierta noción de nacionalidad, y cualquier pretensión de soberanía, "especialmente" cuando se trata de Cuba. No aspiro a explicar aquí cuál es el país que ya no existe. Prefiero dedicarme a aclarar el verdadero asunto de mi artículo.

Ese asunto, las falacias compartidas de lo políticamente correcto, reaparece, espléndidamente ilustrado, en el trabajo de García.

Ya desde el primer párrafo de El país que sí existe, Luis Manuel García me acusa de "descalificar el Proyecto Varela, la iniciativa opositora más publicitada desde Playa Girón...", haciendo uso de un tropo de la historiografía oficialista y de un lugar común del advertising político americano. Enseguida traza un arco publicitario que va desde "Bay of Pigs" —esa parada obligatoria en el prospecto del turista casual, que en la imaginería yanqui provoca las más burdas respuestas inducidas— hasta el Proyecto Varela, instrumento de negociación ajustado punto por punto a los modelos de las transiciones pacíficas que, tradicionalmente, nuestros vecinos ven con buena vista.

Me limito a advertir que el visto bueno nos llega irremediablemente comprometido con el "pitch" de Jimmy Carter, el vendedor de causas perdidas más grande del mundo. No en balde el Proyecto Varela alcanza un rating tan alto en la escala publicitaria de García: otra vez la validez de nuestras iniciativas viene ligada a la credibilidad de un promotor —y a la escala de valores del consumidor— americano.

Claro que los concentrados de Sandino, los alzados del Escambray y los votantes de la embajada del Perú no llegan a ranquearse, en sus "Grandes Éxitos", con las once mil firmas: esas causas, desgraciadamente, nunca encontraron sponsors entre los vecinos del Norte y por lo tanto no merecen ser tomadas en cuenta como expresión de la voluntad nacional. Hay que saber venderse, es lo que parece sugerir García. Pero, venderse ¿a quién?

En este punto, sin embargo, estamos de acuerdo: la diferencia es que yo proclamo la fatalidad de nuestro destino como sub-producto en el mercado de imágenes de la Sociedad del Espectáculo.

Néstor Díaz de Villegas

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