www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
  Parte 2/2
 
Un año de Raúl Rivero
Palabras leídas por el escritor José Prats Sariol en el homenaje celebrado en México al poeta y periodista Rivero, condenado a 20 años de prisión en la ola represiva de la pasada primavera.
 

Insisto, nada más sano y fructífero para la literatura cubana actual —¿sólo para la literatura?— que favorecer visiones pluralistas a partir de pertinencias, en este caso de las especificidades estéticas y artísticas que hacen de Raúl uno de los mejores poetas de nuestra generación en el idioma, entre los más destacados dentro de los que optaron por el cauce de Gelman y Merton, de Gil de Biedma y precursores como el Virgilio Piñera de La isla en peso y el Dámaso Alonso de Hijos de la ira. En Cuaresma se invita a la concordia… Así el espíritu del Padre Varela —el proyecto cubano de reconciliación— también debe llegar a los textos de nuestro amigo, sin que circunstancias dolorosas exalten determinado ángulo y dé la impresión de que él sólo "prioriza" la zona de temática social.

Raúl Rivero nunca lo hizo, ni cuando defendía hace décadas lo que fuera la revolución cubana ni cuando en el borde de los años 80-90 iniciara una actitud crítica contra el inmovilismo triunfalista. Disidentes por razones del corazón, sus poemas y artículos han estado abiertos desde Papel de hombre (1969) y Poesía sobre la tierra (1972) a los eternos motivos literarios, al amor filial o erótico, a la amistad o al recuerdo, a las incertidumbres y los vacíos existenciales… Entre muchos aciertos y escasos errores expresivos, la autenticidad —como señalé en la contracubierta a Puente de guitarra— tal vez sea el signo —su signo— que más le duele a la canalla amoral, a los grupúsculos del silencio cómplice, sin estilo.

Sin embargo, la ternura herética de Raúl Rivero ha tenido a partir del nuevo siglo —sobre todo a partir de 2003— un leve giro hacia la indefensión. Mientras se acerca a la vejez, mientras se desmorona la posibilidad de diálogo crítico, los poemas comienzan a ser más dubitativos. Sus máscaras danzan frágiles, nunca antes habían experimentado tanta quimera y desolación, tanta extrañeza y zozobra. Ahora las visiones alcanzan honduras ontológicas que no le conocíamos. Por ello el pasado octubre oyó la voz de su entrañable Eliseo Diego, en el habanero parque Víctor Hugo, que le "advierte que el agua es el origen de los reflejos/ y los estanques y las fuentes/ reproducen la vanidad y el deseo". Y que "Hay que esconder las lágrimas (…) que la muerte presume/ y se desvive por una superficie/ donde verse la cara".

Y meses antes —en los primeros poemas escritos en la cárcel, recogidos por Hugo Figueroa en una admirable edición venezolana— también verifico el mismo desamparo, cercano por coincidencias bien exactas al César Vallejo de Trilce. Aunque la ironía no ha desaparecido —sería imposible tratándose de él— predomina el amargor. Dice en Remedio: "La noche es una mancha casi eterna/ Yo distribuyo toda/ la soledad del mundo". Y en ¿Nada? termina: "Allí, en tu circulación/ y allá en tus pensamientos/ que ahora alojan/ otro huésped/ ¿quedará algún dolor/ unas cenizas?". Para culminar en Pañuelo para nadie cuando le dice a la pitonisa: "Llora tú que aprendiste a tocar el clavicordio/ y descubriste el mal de que voy a vivir".

En una breve elegía a Gastón Baquero —tan fuerte como la de Eliseo Diego— parece recordar el memorable, simbólico reencuentro entre los dos grandes poetas cubanos en Madrid. El último verso se va a las "Palabras escritas en la arena por un inocente", nos dice a través de Gastón toda la melancolía cubana de hoy. La voz de Raúl Rivero —estilo y cárcel— lamenta la muerte "con tanto que escribir sobre la arena". Este endecasílabo, a diferencia del vergonzante 365 que cité al principio, tiene dos sinalefas, dos uniones. Yo quisiera que este homenaje mexicano ascendiera por otra sinalefa —¿no son cuestiones de estilo?—, aliara denuncia con honradez porque la hache es muda, porque hay demasiado silencio en Cuba, buhoneros.

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