www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
  Parte 3/3
 
La política del silencio
¿Qué peligro encierra para EE UU la publicación de una ponencia sobre un virus o una bacteria, o la opinión de una personalidad científica cuyo único 'pecado' es residir en Cuba?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

El fanático es un cobarde. Odia y envidia al intelectual y al artista, quienes se atreven a buscar otra mirada; a cuestionar la frase de ocasión y a echar abajo la mentira. Hace de la exclusión una norma inviolable. Nadie más fácil de complacer que el que teme la confrontación. Vote por Bush si no quiere oír a Los Van Van, Carlos Varela, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Omara Portuondo. ¿No es más fácil no comprar los discos, ahorrarse el dinero de la entrada al concierto y apagar la radio? No, porque cualquiera de estas acciones mínimas implica una voluntad de elección. Y el fanático tiene miedo de que los demás tengan la libertad de elegir. Prefiere la inquisición y la censura.

A cambio de medidas políticas y económicas más eficaces, la administración republicana ha optado por el rumbo más fácil: las restricciones a los intercambios culturales. La medida es inconsecuente e ineficaz, pues el otorgamiento del permiso de entrada y la autorización del viaje a la Isla, dependen ahora del momento preciso en que se realiza la invitación. Una velada artística y un encuentro científico deben ser ajenos por completo a un proceso electoral. Lo que es más, la negativa resulta contraproducente y le brinda la oportunidad al régimen de Castro de esgrimir el papel de víctima, sin mencionar sus muchas culpas.

No hay que olvidar que también en fecha reciente se celebró la Feria del Libro en La Habana, donde se le negó la entrada al escritor cubano Luis Manuel García Méndez, autor de El éxito del tigre. García fue excluido no por escribir un libro de cuentos críticos al régimen cubano, sino por ser jefe de Redacción de la revista Encuentro. Según palabras del propio autor, "alguien determinó que esta obra y su autor son subversivos, atentan contra la moral y las buenas costumbres, son un peligro para la patria y están al servicio de las fuerzas transoceánicas del Mal-Mal Afuela, como diría un marinero chino". Y luego añade: "Me miro al espejo (...), pongo la peor cara de inadmisible, de agente enemigo, de traidor a la patria, pero ni así desaparece mi expresión de calvito padre de familia. Debe haber un error, supongo".

Igual asombro mostró Ibrahim Ferrer, ante la posibilidad de que en Washington lo confundieran con un terrorista, durante una conferencia de prensa en La Habana. A Ferrer se le negó la visa para asistir a la entrega de los premios Grammy Latinos.

No conozco a Varela, y sólo lo he visto en una ocasión, en una fiesta de despedida de año aquí en Miami. Se puede argumentar que en diversas ocasiones ha tratado de complacer a varios bandos al mismo tiempo, en una época donde la labor del equilibrista es cada vez más difícil. Pero, por encima de todo, hay que señalar su derecho a presentarse en diferentes escenarios. Nada me hace sospechar que sea un terrorista, un agente de Castro o un mercader de divisas. Seguro que en los tres casos hubo un error.

El error común es abolir los intercambios culturales, las presentaciones de libros y los conciertos por la ignorancia y la persecución ideológica. Lo malsano es servirse de la literatura y el arte con fines políticos. En días pasados, esta absurda política de exclusión ha llegado al extremo de prohibirle a especialistas norteamericanos —días antes de comenzar un evento— su participación en un simposio médico en la capital de la Isla.

También se amenaza con multar a las publicaciones científicas que editen trabajos de expertos residentes en la Isla. ¿Qué peligro encierra la publicación en este país de una ponencia o un estudio sobre un virus o una bacteria, o la opinión sobre cualquier tema teórico de una personalidad destacada cuyo único "pecado" es residir en Cuba? En este aspecto, no veo diferencias entre Washington y La Habana. Esta nueva política de barreras, que resurge en un intento de darle marcha atrás al reloj, debe ser rechazada en ambas capitales.

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