www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
Parte 1/3
 
Viajeros con papel y pluma (II)
Cuatro escritores extranjeros recuerdan su visita a La Habana, de la que uno de ellos expresó que es una ciudad 'hermosa, airosa y aérea: un espejismo'.
por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
 

Entre los extranjeros que llegaron a Cuba en los conflictivos años treinta, estuvo el escritor afroamericano Langston Hugues (1902-1967). Hombre amante de los viajes, estuvo en esa década en Haití, Unión Soviética, España, Japón y Asia Central, lo cual le permitió ser testigo de guerras, revoluciones y dictaduras. Esas vivencias aparecen recogidas en I Wonder as I Wander: an Autobiographical Journey (1940), segunda entrega de sus memorias. Allí dedica dos artículos, Habana Nights y Cuban Color Lines, a relatar su estancia en la Isla en 1930.

Arco de Belén
Arco de Belén.

No era, sin embargo, la primera vez que estaba en Cuba. Antes estuvo en dos ocasiones, a las que se refiere brevemente en The Big Sea (1940), el primer volumen de su autobiografía. Cuenta en ese libro que viajó desde Nueva Orleans en el barco Nardo. Durante la travesía se hizo amigo de los cocineros chinos, quienes al arribar a La Habana lo llevaron a conocer nuestra capital y a visitar a unos compatriotas. Narra que fueron a un prostíbulo exclusivamente para chinos, aunque atendido por mujeres cubanas. "Era un sitio muy tranquilo, apunta, en el que las muchachas y los clientes no hablaban el mismo idioma, por lo que había muy poca comunicación verbal (…) Es el burdel más deprimente que jamás he visto".

Durante su visita de 1930, se hospedó en un hotel habanero ocupado principalmente por cubanos del interior con sus numerosas familias. El restaurante, apunta Hugues, "era todo lo ruidoso que un restaurante cubano puede ser, pues, a los ruidos provenientes de la calle, se añadían los gritos de los camareros, las risas de los huéspedes, el sonido de los cuchillos y tenedores y el tintinear de las copas en el bar".

Habla con mucho cariño del periodista y escritor José Antonio Fernández de Castro, "la mejor persona para conocer Cuba si uno no ha estado antes", y quien, a pesar de ser blanco y de origen aristocrático, trata y ama a los negros. Es recibido en el Club Atenas, y se admira de que las personas de su raza tengan un edificio tan grande, lujoso y confortable, algo impensable entonces en Estados Unidos. Un grupo de jóvenes profesionales organizan una fiesta en su honor ("una cumbancha"). Unas chicas se brindan para enseñarle a bailar nuestros ritmos, que "no son tan fáciles como parecen ser".

Anota después que las divisiones entre blancos, mulatos y negros no son tan estrictas como en otros países del Caribe, y señala que ocasionalmente puede encontrarse un negro ocupando un puesto de cierta relevancia. Pero antes de irse, tiene oportunidad de sufrir en carne propia la discriminación racial, cuando al ir con una amiga a una playa le impidieron entrar, lo cual dio pie a un bochornoso incidente.

'La Habana está en mi imajinación'

Seis años después de la última visita de Langston Hugues, llegó a Cuba el poeta español Juan Ramón Jiménez (1881-1958), cuya estancia entre nosotros ha sido exhaustivamente documentada. Sobre nuestra capital, en donde por cierto cumplió cincuenta y seis años, el autor de Animal de fondo escribió textos muy hermosos. A su Diario Poético 1936-1937 pertenece este fragmento:

"La Habana está en mi imajinación y mi anhelo andaluces desde niño. Mucha Habana había en Moguer, en Huelva, en Cádiz, en Sevilla. ¡Cuántas veces, en todas mis vidas, con motivos gratos o lamentables, pacíficos o absurdos, he pensado profundamente en La Habana, en Cuba! La estensa realización ha superado el total de mis pensamientos; aunque, como otras veces al 'conocer' una ciudad, la ciudad presente me haya vuelto al revés su imajen de ausencia y se hayan quedado las dos luchando en mi cámara oscura. Mi nueva visión de La Habana, de la Cuba que he tocado, su existencia vista, quedan ya incorporadas a lo mejor del tesoro de mi memoria".

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