www.cubaencuentro.com Miércoles, 19 de mayo de 2004

 
Parte 2/3
 
La vox populi de nuestra música
En espera de que se grabe un disco con sus temas más recientes, se reeditan trece temas correspondientes a la primera etapa como cantautor de Pedro Luis Ferrer.
por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
 

En un artículo de 1997, Manuel Vázquez Portal destacó ese aspecto y comentó sobre las composiciones de Ferrer: "Son de una factura impecable. El son, la guaracha, vuelven a vestirse con el garbo, el encanto con que los concibieron sus ilustres antecesores. Hay en ellos el esplendor de la armonía entre letra y música, se transparenta la intencionalidad ambigua del sentido, sin apelar a la grosería. Llevan en su tono la magia de lo realizado para perdurar".

Pedro Luis Ferrer

En las notas que redactó para presentar estos temas, Pedro Luis Ferrer apuntó: "Hablan de mí y del pueblo al que pertenezco, con la doble conmoción de la alegría y la tristeza, dos caras de una misma moneda que es la vida". A la difusión casi exclusiva e interesada que se ha hecho en Cuba de sólo una parte de su producción, hay que achacar, sin embargo, el que se identifique más a Ferrer con sus canciones festivas y bienhumoradas.

El ingenio y el humor criollos le sirven para recrear la vida cotidiana, tanto en sus aspectos costumbristas como en temas sociales de mayor trascendencia. Entre las piezas en las cuales desarrolla esa línea se halla Inseminación artificial, uno de sus grandes éxitos. Hoy son pocos los que se acuerdan de los suspiros, idas y venidas de la vaca Matilda, lo mismo que de Ubre Blanca, que supuestamente iba a suministrar leche para todos los habitantes de la Isla y de sus cayos adyacentes. En cambio, al cabo de tantos años sigue sonando con la misma lozanía el plante protestatario de Pijirigua, que con cabreo muy comprensible exigía que le devolviesen el toro "para seguir a la antigua".

El empleo socarrón del doble sentido halla una eficaz materialización en La trabazón, tema en el que las dificultades para expresarse que confronta un tartamudo da pie a divertidas lecturas: "Me gustan mucho tus te... te.../ tus telas las fi… fi… nas,/ pareces una -re-pu… pu… pura santa divina".

Y en Cómo me gusta hablal español, Ferrer se burla del argot que ha invadido nuestro lenguaje coloquial, mediante la inteligente sustitución de éste por un metalenguaje que sugiere su inteligibilidad: "Si burundanga se come a mondongo/ y mondongo la tonga que manda la monga". Ese mismo recurso artístico lo utilizó, por cierto, el dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa en Calixta Comité, que hasta la fecha sigue siendo una obra maldita.

Otro aspecto a resaltar en esas composiciones es la concepción de Ferrer de que la música bailable no siempre tiene que ser festiva, ni tampoco excluir la reflexión. Las suyas no son por eso letras huecas ni tontas, que reiteran hasta el agotamiento un estribillo resultón. En Son del cuenta propista, por ejemplo, habla sobre los detalles materiales que no deben ser descuidados en una relación amorosa, "porque amar es más sencillo/ cuando barriga está llena". En Pisotia la cucaracha recurre a la figura de ese repugnante insecto para referirse a esas gentes "repugnes y volideras", que son "ascrosas fuentes de probios" y "transmiten las calaménides si trepan por la polítila".

Hay además un Pedro Luis Ferrer más lírico, que canta al amor y posee sus esquinas conceptuales y su sesgo filosófico. En esos temas el poeta que es (además de canciones, ha escrito sonetos, décimas, redondillas y versos libres) aparece espléndidamente explayado. Ahí está La desnudez de Mario Ague, revisitación del personaje de otra de sus piezas más populares. La claridad se mezcla con el misterio en esa extraña historia del viejo que una noche decidió realizar el sueño de toda su vida y anduvo desnudo durante toda la tarde y toda la noche, y como un buen poema la canción funciona en distintas claves y se abre a diferentes lecturas.

Están también la explosión de optimismo que expande Ay, qué bueno, y la presencia del tema de la muerte en No me voy a defender, cuyas cenizas inderrotables me trajeron a la memoria el polvo enamorado de Quevedo. Y está, en fin, esa hermosa canción de amor que es Espuma y arena. El asunto de las tan llevadas como traídas relaciones entre canción y poesía, que ha dado pie a algunos trabajos críticos, tiene en Ferrer una excelente ilustración.

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