www.cubaencuentro.com Viernes, 01 de octubre de 2004

 
  Parte 3/3
 
La revolución de HCB
El fotógrafo Henry Cartier-Bresson falleció en agosto pasado. ¿Le bastaron unos días en Cuba al 'ojo del siglo' para vislumbrar el futuro?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

HCB y Korda

La foto del Che de Cartier-Bresson —publicada en la revista Life—responde a esta visión humana, demasiado humana. La de Alberto Díaz Gutiérrez Korda llega a la leyenda por un camino distinto: es la representación perfecta del mito; se convirtió en un icono el pasado siglo y mantiene aún su vigencia en las protestas actuales contra la globalización y el libre comercio. Pero a diferencia de la del fotógrafo francés, en sus orígenes no fue reconocida como un "instante decisivo" —la estética que hizo famoso a HCB—, sino que tuvo que esperar a ser descubierta por el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, tras la muerte del "Guerrillero Heroico".

En vida, Korda repitió a todo oído atento y entusiasta la historia de aquel momento: fue durante el entierro de las víctimas de la explosión del vapor La Coubre, en 1960. Era fotógrafo del periódico Revolución y fotografiaba a quienes estaban en la tribuna del acto. Descubre el rostro del Che, lo encuadra y oprime el obturador dos veces.

Por vocación u oportunismo, Korda dijo en más de una entrevista que consideraba a HCB una fuente de inspiración, y que de acuerdo al postulado de la importancia del "instante decisivo" —aunque desconociendo entonces lo dicho por Cartier-Bresson— había logrado captar el rostro del Che en aquel momento revelador. Una declaración que hay que admitir con cierta reserva, si se tiene en cuenta su actividad profesional antes del triunfo de la revolución: fotógrafo de modelos con más o menos ropas, que aspiraba a convertirse en el Richard Avedon cubano.

Por otra parte, este escepticismo ante unas palabras muy convenientes a su merecida fama de reportero gráfico de los principales acontecimientos nacionales —las únicas imágenes que hay que creerle a los fotógrafos son las que salen de sus cámaras— no intenta restarle valor a su obra. Korda fue famoso en todo el mundo por su fotografía del Che, pero en su carpeta hay muchas otras también de gran mérito. Entre estas se destacan la del campesino trepado en un farol, durante una concentración en La Habana, y la de Camilo Cienfuegos entrando en la capital con una caballería rebelde —por citar dos ejemplos bien conocidos.

Por los contrastes que crean las asimetrías, hay otras dos imágenes que permiten más de una comparación. Una es de HCB, y es su foto más famosa: un hombre corre sobre el suelo mojado en la estación Saint-Lazare en París. En la otra Fidel Castro —cubierto con un enorme abrigo de pieles, gruesas botas y una carabina en la mano— camina pausadamente por un paisaje nevado, durante una cacería en Rusia, en la época de Kruschev. Esta última es de Korda. No hay un mejor paralelo entre la indefensión cotidiana del ciudadano y el poder tropical absoluto trasladado de pronto a la estepa rusa.

Hay más en común entre la foto del Che de Korda y la de HCB, y es la máquina fotográfica —un término que pretende mecanizar un oficio nada mecánico, y mucho menos objetivo, que depende de la inspiración tanto como lo hacen la música y la pintura. Ambas fueron tomadas con una Leica. La cámara alemana que Cartier-Bresson impuso al mundo de los reporteros gráficos, por ser de gran calidad y al mismo tiempo portátil. Tres Leicas —la tercera en las manos de Jesse Fernández— se emplearon en la mayoría de los mejores retratos hechos en Cuba durante la segunda mitad del pasado siglo.

La fotografía de Cartier-Bresson que ha alcanzado el mayor precio en una subasta es de Cuba, pero no tiene nada que ver con la revolución, ya que fue hecha durante una visita anterior a la Isla. Se vendió el 16 de noviembre de 1999 por $24.030. Titulada Cuba, 1934, era su preferida. La eligió para abrir la exposición de homenaje por sus 95 años —que sabía era también su despedida del mundo que recorrió de arriba a abajo, una y otra vez. Catalogada como una de las más importantes de Europa el año pasado —con 350 fotografías, tres documentales y horarios de visita ampliados—, a la muestra se le considera la mayor representación antológica jamás montada.

Miles desfilaron entonces ante esa fotografía cubana en blanco y negro —de tonos oscuros—, que impresiona por su aridez: un tiovivo abandonado con unas paredes casi derruidas al fondo y una figura que se pierde en ese paisaje de ruinas. A quien había retratado los campos de concentración nazi, le bastó en esta ocasión con unos caballitos de madera sin cola, que aparentan saltar por los escombros, para escapar de la desolación.

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