www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 2/2
 
La huella divergente de Pablo Neruda
¿Se publicará algún día en Cuba la carta en la que escritores de la Isla acusan al chileno de 'sumisión y traición'?
por ORIOL PUERTAS, La Habana
 

En un breve fragmento, lo refiere así: "(…) se erigían en profesores de las revoluciones, en dómines de las normas que deben regir a los escritores de izquierda. Con arrogancia, insolencia y halago, pretendían enmendar mi actividad poética, social y revolucionaria (…) mis declaraciones y recitales; mis palabras y actos contrarios al sistema norteamericano, expresados en la boca del lobo; todo era puesto en duda, falsificado o calumniado por los susodichos escritores, muchos de ellos recién llegados al campo revolucionario, y muchos de ellos remunerados justa o injustamente por el nuevo estado cubano".

En otros párrafos cuenta su accidentado encuentro con Fidel Castro en un estrecho cuarto de un hotel en Caracas, muy cercano el triunfo de enero de 1959. Al introducirse sigilosamente un fotógrafo en la habitación, Castro arremete con violencia contra él y de un salto lo toma por el cuello y le arrebata la cámara, obligándolo a desaparecer de su vista.

El impacto del hecho conduce a Neruda a preguntarse qué "pequeño misterio político" llevó al dictador cubano a rechazar de modo tan rotundo aquella foto.

Para una cultura lacerada por la ausencia del necesario debate y frenada por una censura tenaz, la figura de Neruda aún podría resultar incómoda. Su voz todavía porta la huella de una divergencia y es la alerta temprana de alguien que pudo deslindar el alcance utópico del proyecto social cubano, de la manipulación humana que lo desvirtuaría.

La muerte no le permitió contemplar la caída del socialismo en el este de Europa. Tampoco pudo comprobar la galopante involución represiva del régimen cubano. Nada indica que renegaría de él, es cierto. Cuando pudo denunciar los horrores del estalinismo y el gulag, prefirió publicar enfebrecidos versos que falsean la realidad del pueblo soviético. Neruda era un militante disciplinado y concientón del comunismo que vivió en el ojo de los más célebres huracanes de su tiempo y acaso sacó cuentas no del todo acertadas.

Pero su virtud mayor quizá sea la coherencia de un pensamiento que no claudicó en su vehemente defensa de las mayorías empobrecidas del planeta, especialmente las de Chile, a pesar de callar las miserias de tantos desplazados que generó la práctica del socialismo real en países a los que visitó y exaltó.

Tristemente, de no haber silenciado esos horrores, ahora aquellas páginas de denuncia no escritas también serían ilustres desconocidas para los lectores cubanos, cercados por la manía desinformadora del régimen y asomados a visiones incompletas de su inmortal legado literario.

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