La puesta de la obra teatral Ana en el Trópico, del cubano Nilo Cruz —Premio Pulitzer de Drama 2003—, en el Repertorio Español de Nueva York, crea expectación. Francisco Gattorno, galán de telenovelas, y Denisse Quiñónez, ex Miss Universo puertorriqueña, encabezan la cartelera. ¡Todo para vender! Tres millones de boricuas viven en la Gran Manzana.

Escena de 'Ana en el Trópico'.

Más aún, cuando la versión en inglés, Anna in the Tropics, estrenada en el teatro Royal, en Broadway (noviembre de 2003), complació a parte de la prensa neoyorquina, pero no a los aludidos, a los protagonistas de la nostalgia: a los cubanos.

En Broadway, la puesta de Emily Mann, me resultó lenta, distante, forzadamente cubana, una palma real en el frío invierno de Nueva York. Respetaba los conflictos producidos por la lectura de la novela Ana Karenina, de Leon Tolstoi, estallando en la vida de simples tabaqueros de Tampa en 1929, pero no reflejaba la magia del trópico, ni el carácter exuberante de los cubanos.

Un año después, el autor de la obra, Nilo Cruz, un matancero llegado de diez años a Estados Unidos, que escribe y piensa en inglés, pero sufre en cubano, la tradujo al idioma de sus padres. René Bush, su paisano (que llegó en los sesenta), asume ahora su montaje en el íntimo, acogedor, teatro Gramercy Art, del Repertorio Español. El resultado es más que una traducción. Ana en el Trópico, con música de Ignacio Cervantes y tambores yorubas, ha sido rebautizada en cubano. Con los aciertos y excesos de nuestro vino.

Realidad y fantasía se superponen desde el comienzo. En el centro del escenario, cual estatua iluminada, Elíades, el gallero negro (Alberto Morgan), canta el premonitorio rezo a Elegguá, señor de los caminos. Desde ese momento, ocho rutinarios torcedores de tabaco quedan emplazados por el destino. El viejo Santiago, dueño de la fábrica, apuesta a los gallos y pierde. Su medio hermano Cheché, joven y avaricioso, venido del Norte industrializado, le presta una gran suma de dinero, en contra de la propiedad de la fábrica. Entre tanto, tres deseosas mujeres miran al mar. Esperan al nuevo lector que viene de La Habana. Dicen que es hermoso, culto…

Diálogo corporal de colección

Como una aparición asoma Juan Julián (Francisco Gattorno). Las tres mujeres suspiran desordenadas, como Las tres hermanas de Chéjov: Marela, la ingenua adolescente, (Denisse Quiñónez), Conchita, su hermana casada (Grettel Trujillo), y su madre Ofelia, luciendo una gardenia en el sombrero (Tatiana Vecino). Las tres observan con lujuriosa meticulosidad el traje blanco, impecable, del Lector, sus gestos aristocráticos. Juan Julián las ha rendido con su belleza. Su lectura intencionada de los pasajes eróticos de Ana Karenina y su amante Bronski, despertarán pasiones y odios. Los personajes de Tolstoi se entremezclarán con la vida de los tabaqueros. La novela dentro del teatro. La ficción novelística y el reflejo teatral de la realidad.

Ahora hombres y mujeres tuercen tabaco de frente al público. Hieráticamente. Como en un ballet de pantomimas. No hay mesas (como en Broadway), pero aquí la artesanía convence. El coreógrafo Adolfo Vázquez ha guiado las manos. ¿Economía de recursos? ¿Síntesis? Telones blancos laterales cubiertos por listones de tablillas dan las persianas francesas. En ocasiones, los actores escapan (o surgen) de entre el lunetario. El sonido de multitud, escenografía sonora, es válido, refuerza los conflictos.