www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 2/2
 
Una pelea radial contra los demonios
Crece la lista negra. La Habana lucra con los artistas prohibidos, pero los censura en los medios.
por JAIRO RíOS/ORIOL PUERTAS, La Habana
 

Empero, el ICRT dio su otra vuelta de tuerca. Sí, los casetes se venden, pero no pueden difundirse, no se promocionan y está prohibido tocar el tema en la prensa plana o la televisión nacional. Si la EGREM es una suerte de república federada musical, los medios son el supremo feudo de la mano de hierro. Y cero debate.

Cualquier intento de acercamiento lleva el detente de la censura. No han sido pocas las gestiones personales entre músicos de la Isla con los de otros países de la región, como Puerto Rico, Venezuela, México, Panamá, incluso con Estados Unidos, pero en la mayoría de los casos termina imponiéndose el lenguaje de los censores.

Películas eminentemente musicales como Yo soy del son a la salsa, del cubano Rigoberto López, y Calle 54, del español Fernando Trueba, son productos altamente entrañables para un público que vio alejarse, esfumarse ante sus ojos, a buena parte de lo mejor de su acervo musical; pero esos filmes jamás serán vistos en la televisión nacional. Su corta difusión, gracias a fugaces temporadas de exhibición en festivales o muestras, refleja el criterio del aparato ante obras que apelan al recurso de la inclusión y el diálogo.

La doble moral de los que dictan la política de difusión no tiene límites. Un autor es ensalzado con la misma euforia con que es puesto bajo ojo atento, vigilante. Otros ejemplos son los intérpretes extranjeros también borrados de los guiones de difusión radiales o televisivos.

La lista asciende a la treintena e incluye a Johnny Ventura, Oscar D'León, Paloma San Basilio, Rubén Blades, Alejandro Sanz, Lucho Gatica, el comediante y showman argentino Facundo Cabral, e incluso Mercedes Sosa, quien hasta hace muy poco ocupaba espacios estelares en Cuba con aquel viejo vídeo de un concierto en la Casa de las Américas, repitiendo el emocionante estribillo de Cuando tenga la tierra.

Los censores no pierden tiempo. Andan a la caza de cualquier declaración para convertirla en ofensa. El pasado año y lo que va de 2004 les dieron muchísimo trabajo, luego de que tras la ola represiva de marzo de 2003, muchos artistas e intelectuales rompieran sus vínculos con Fidel Castro o radicalizaran sus posiciones. Lo cierto es que a la vanguardia antiética de la revolución cubana no se le puede rozar ni con el pétalo de una rosa, o mejor, como diría irónicamente años atrás el escritor mexicano Jaime Labastida, "ni con el sépalo de una cosa".

No son pocos los que eligen marcharse. Tampoco los que se sienten traicionados por un estado de cosas que los lanza a la cuneta sin derechos. Los celosos reguladores de la memoria musical en la Isla están al acecho, a la espera del momento oportuno para hincar los dientes en la carne. Su divisa es morder.

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