www.cubaencuentro.com Martes, 11 de enero de 2005

 
  Parte 1/2
 
Un cráter en el pecho de la Isla
La Habana silencia el fallecimiento de Antonio Benítez Rojo, aunque será muy difícil borrar su nombre del inmenso panteón de las letras cubanas.
por ORIOL PUERTAS, La Habana
 

En el número 23 (Invierno 2001-2002), la revista Encuentro de la Cultura Cubana dedicó un homenaje a Antonio Benítez Rojo. Para muchos lectores cubanos, aquellas páginas fueron algo más que el reencuentro con uno de los escritores más extraordinarios de las últimas cuatro décadas de historia literaria insular.

A. B. Rojo
Antonio Benítez Rojo (1931-2005).

En el exilio desde 1980, Benítez Rojo había dejado de pertenecer al cuerpo oficializado de una literatura partida en dos. Había sido expulsado de ella. Su isla se repetía en negarle méritos, elogios y nuevas ediciones. Se dejaron de publicar sus libros. Tampoco se reimprimieron aquellos volúmenes que marcaron hitos en los años sesenta, aunque no era extraño. Lo mismo sucedió con los libros de otros autores que, como Jesús Díaz (Los años duros) y Norberto Fuentes (Condenados de Condado), demoraron un poco más en partir al exilio.

Sus seguidores en Cuba debieron limitarse a recorrer las escasas librerías de viejos y guardar celosamente sus cuentos de Tute de reyes en aquella edición de Casa de las Américas 1967 (premiados por un jurado que integraron, entre otros, Carlos Monsiváis y el propio Jesús Díaz), de El escudo de hojas secas (1969) y de Heroica (1977), además de la novela El mar de las lentejas, editada un año antes de su salida de Cuba.

Lo que ocurrió después de 1980 es la ruptura, la irrupción de un cráter definitivo que impidió la comunicación de las nuevas obras de Benítez Rojo con sus destinatarios esenciales: los lectores cubanos. Le perdimos la pista hasta que, por rumores venidos quién sabe de dónde, supimos que había reunido algunos ensayos en un libro titulado La Isla que se repite, que un volumen de cuentos fue publicado por la Editorial Plaza Mayor, de Puerto Rico, y su nueva novela, Mujer en traje de batalla, había sido presentada con gran éxito en España y otros países.

Ahora Benítez Rojo ha muerto y ya no hay forma de recuperar íntegramente ese legado. En un futuro, sí, podrán conocerse, leerse, releerse y debatirse sus libros, pero algo se rompe para siempre más allá de lo puramente físico cuando un autor de su talla muere lejos de su patria. La terquedad política de un régimen totalitario —que con sus obras Benítez Rojo contribuyó a horadar sin necesidad del panfleto o las concesiones—, impidió la vital recepción de su obra en el escaso tiempo que le tocó vivir.

Benítez, el hombre sin rencores

De esta forma, Encuentro vino a devolvernos una dimensión más completa de un escritor universal, ciudadano del mundo arraigado en su tierra caribeña, a la que estudió e hizo aportes en la cuerda de Fernando Ortiz, pero haciéndonos ver que este grupo de archipiélagos y pequeñas islas numerosas llamado Las Antillas desborda con holgura sus propias fronteras geográficas y culturales, para convertirse en una suerte de puente entre todos los continentes.

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