www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de marzo de 2005

 
  Parte 1/2
 
La melancólica virtud de la tolerancia
Susan Sontag y Cuba: ¿Una mujer capaz de 'caminar' la soledad ante los poderes podría entender el totalitarismo?
por JOSé PRATS SARIOL, México D.F.
 

Era predecible que la prensa oficial cubana no dedicara ni una línea a su muerte. También que en una publicación digital —minoritaria y para la exportación— algún mayordomo deplorara hoy que la escritora no entendiese la revolución cubana. ¡Cuánto no debe irritar —pertinaz envidia— a los botones del anémico régimen un ser humano digno, cuyos criterios nunca esperaron "orientaciones de arriba"!

S. Sontag
Susan Sontag: 'Gabriel García Márquez sabe mucho, pero no es honesto cuando habla de Cuba, eso lo sabemos todos'.

Las opiniones de Susan Sontag acerca del feudalismo que padecemos —como la de José Saramago y Eduardo Galeano en la primavera de 2003— destrozaron el cliché castrista. ¿Cómo podía suceder que una probada izquierdista —según la manía ortopédica— denunciara la utopía tropical? ¿Qué inusual desinformación la llevó a condenar al líder inmarcesible —aunque en las últimas fotos aparezca bastante marchito— del primer territorio libre en América, y hacerle el juego al imperialismo yanqui?

La verdadera respuesta es de una sencillez demoledora. Y a la inversa: precisamente por conocer los principales hitos de la historia de Cuba y sus condiciones en 1959, los sucesos y medidas hasta y después de 1971, hasta y después del derrumbe soviético, es que la autora de El modo en que vivimos ahora —donde retrata sin tapujos el mundo del sida— pudo forjar un juicio tan exacto.

Es risible pensar —chícharos para oligofrénicos u oportunistas— que la mujer que denunciara la guerra de Vietnam, fuera víctima sólo en el caso cubano de parálisis reflexiva, de miopía política. ¡Qué casualidad! Cada vez que un intelectual al que no pueden acusar de agente de la CIA se espanta ante la tragedia cubana, resulta ingenuo o ignorante.

Por favor, la frase predilecta de Susan Sontag era de su admirada Virginia Wolf: "La melancólica virtud de la tolerancia". Y su novela preferida La montaña mágica, de Thomas Mann. Dicho con rapidez: el pluralismo cotidiano y el intercambio crítico de ideas. La antítesis del totalitarismo ideológico que a duras y a penas impera en Cuba. De ahí que firmara a conciencia las principales cartas de condena a las represiones del sátrapa caribeño, que le criticara a García Márquez su enfermiza fascinación con el Poder.

Primero los derechos

Sus declaraciones contra el fascismo serbio, el cerco y la matanza de sus vecinos en Sarajevo —donde ella logró que se representara Esperando a Godot, de Samuel Beckett—, también fueron siempre a favor del ser humano y sus derechos. No hay que coincidir con algunos de sus puntos de vista, como los expresados en The New Yorker tras los crímenes terroristas del 11 de septiembre, para admirar su desenfado y arresto.

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