Sólo por una incorruptible fidelidad a la lectura. Por eso vamos cada febrero a ese templo que guarda la memoria del horror totalitario convertido ahora en sede de eventos culturales, además de la actual Feria Internacional del Libro: feria del disco, feria de artesanía, bienal de artes plásticas.
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El presidente andaluz Manuel Chaves (izq.), en actividades de la Feria del Libro de La Habana. |
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En algún callejón de La Cabaña o al pie de uno de sus inmutables muros, todavía resuenan quizás las voces de mando de sucesivos pelotones de fusilamientos. Ahora sus accesos, bóvedas y plazas interiores se llenan de gente ávida por conocer qué nueva sorpresa deparan esas añejas paredes que una vez sirvieron para enmudecer rebeldías o meras disidencias.
Ha comenzado una nueva edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana. Cifras oficiales hablan de la puesta en circulación de 1.200 títulos y más de 5 millones de ejemplares. Una retórica acompaña, como sucede siempre con estos magnos eventos del régimen, el hecho de que cientos de miles de cubanos sean otra vez convocados a consumir los libros que el gobierno aprueba. Es la verborrea de la llamada "batalla de ideas", de las "conquistas en la educación" y la aspiración de elevar "la cultura general integral de la población".
Acaso no repare alguien en que esa "cultura general integral" está naciendo coja o tuerta. Una nación partida en dos mitades —o conmigo o contra mí, igual a decir: dentro de la revolución todo y contra ella nada— que no pueda exhibir junto a los poemarios de Nicolás Guillén y los cuentos de Onelio Jorge Cardoso los libros prohibidos de Raúl Rivero, Rafael Rojas y Reinaldo Arenas, es dueña de una cultura que languidece.
Languidecerá siempre una literatura que ande de espaldas a la circulación internacional del libro, que rompa sus lazos con el mundo, que establezca esta otra modalidad de apartheid político donde unos pueden acceder a caros libros infantiles en pesos convertibles o euros y otros deben contentarse con el oscuro papel gaceta de los editados en la Isla. O donde no se pueden mencionar algunos nombres como Guillermo Cabrera Infante o Antonio Benítez Rojo —de ilusos sería pedir un homenaje por el reciente deceso de este último—. O donde una editorial como la boricua Plaza Mayor, con una excelente colección dedicada a autores cubanos, no puede poner stand porque no lo permiten los funcionarios culturales de turno debido a su presunta "politización". |