www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de marzo de 2005

 
  Parte 2/2
 
El mundo perdido del azúcar
Serie fotográfica 'Patrimonio a la deriva': ¿El ocaso azucarero también representa el agotamiento de la última etapa de la historia de Cuba?
por RAFAEL ROJAS, Méco D.F.
 

Sólo muy pocos ingenios, de los 28 dibujados por Laplante, sobrevivieron a las dos grandes revoluciones del siglo XX cubano: la republicana y la comunista. Uno de ellos fue el central habanero Amistad, propiedad del hacendado ilustrado Joaquín de Ayestarán, rebautizado en el socialismo con el nombre de Amistad con los Pueblos, y que todavía en los años setenta y ochenta tenía una capacidad de más 3.000 toneladas diarias de azúcar. Otro sobreviviente fue el matancero Tinguaro (Sergio González), propiedad de Francisco Diago, que producía 5.000 toneladas diarias para el mercado soviético. Otros, de mediana capacidad hasta bien entrada la época revolucionaria, fueron el Progreso (José Smith Comas), el Santa Rosa (10 de Octubre), el Trinidad (F.N.T.A), el Narciso (Obdulio Morales) y el Unión (Rafael Reyes).

Máquinas
La Angosta.

Continuadores vergonzantes

Los últimos ingenios que quedaban del boom azucarero colonial fueron cerrados a principios de 2002. Entonces el ministro del Azúcar, general Ulises Rosales del Toro, anunció la clausura de más de 70 centrales cubanos. En los años previos a esa medida, la producción azucarera cubana, que en las décadas de los setenta, ochenta y noventa se mantenía por encima de 6 millones de toneladas anuales, cayó a poco más de 3 millones. La serie fotográfica de Morales y Ayuso es el testimonio, no sólo de la decadencia de la industria azucarera cubana en el período postsoviético, sino del ocaso de una formidable civilización, creada y recreada durante los tiempos coloniales, republicanos y revolucionarios. Lo que casi equivale a decir: la parálisis del motor de la cultura moderna en Cuba.

Dos estudiosos cubanos, Jorge F. Pérez López y Enrico Mario Santí, han tratado recientemente este dilema. El primero, en The Economics of Cuban Sugar (University of Pittsburgh, 1991), y el segundo, en Fernando Ortiz: contrapunteo y transculturación (Madrid, Colibrí, 2002), describen la historia intelectual y política del siglo XX cubano, en buena medida, como una pelea contra el dictum criollo "sin azúcar no hay país", acuñado por Raimundo Cabrera y Bosch. El largo y ancho discurso de la descolonización cubana, contra España en el siglo XIX y contra Estados Unidos en el XX, esgrimido por intelectuales y políticos como Félix Varela, José Antonio Saco, José Martí, Ramiro Guerra, Fernando Ortiz y Jorge Mañach, tenía como tópico central la crítica de la hegemonía azucarera en el proceso económico de la Isla y la demanda de una eficaz diversificación de la agricultura y el comercio.

Una de las grandes paradojas de la historia política de Cuba, que también puede leerse entre las ruinas de Patrimonio a la deriva, es que el régimen de Fidel Castro, que llegó al poder enarbolando aquella crítica y aquella demanda, produjo, en pocos años, la mayor concentración histórica de la economía cubana en el azúcar. Los revolucionarios cubanos resultaron ser continuadores vergonzantes de los sacarócratas de la Colonia y de los latifundistas de la República. En este sentido, el ocaso del mundo azucarero cubano representa, también, el agotamiento de esa última etapa de la historia de Cuba, caracterizada por la subordinación del orden social y la economía nacional a las prioridades ideológicas del Estado.

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