www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de marzo de 2005

 
  Parte 1/2
 
Conversaciones con mi tía Tita
Adiós a Antonio Benítez Rojo: ¿Qué significa ser amigo si no nos sacrificamos por esa amistad?
por WILLIAM LUIS, Nashville
 

Querida Titonga:

La naturaleza es muy expresiva y nos encontramos en una época en que se ha manifestado con determinación. El año pasado finalizó con las miles de muertes provocadas por los tsunamis que devastaron países pertenecientes a la región del sudeste del continente asiático, que todos vivimos por medio de las imágenes televisivas.

A. B. Rojo
Antonio Benítez Rojo.

El año nuevo ha comenzado con la misma fuerza. En Estados Unidos se han presentado tormentas de nieve, hielo y lluvia, producidas por varios frentes árticos, como jamás se habían visto, abarcando todos los estados, sin perdonar ni siquiera la ciudad de Miami. La nuestra, Nashville, tampoco se ha escapado de las garras de la naturaleza.

En la primera semana de enero, justamente el día antes del Día de Reyes, se anunció otro fenómeno natural, la muerte de nuestro querido Antonio Benítez Rojo, escritor, investigador y profesor meritorio por sus excelentes novelas, cuentos y ensayos de crítica sobre Cuba y el Caribe. No es el primer escritor cubano que muere en el exilio. En el siglo diecinueve Cirilo Villaverde falleció en Nueva York y fue enterrado en la misma ciudad. En las últimas décadas fuimos testigos del fallecimiento de escritores de diferentes generaciones y géneros como Reinaldo Arenas, Lydia Cabrera, Jesús Díaz y Heberto Padilla.

Sin embargo, por nuestra entrañable amistad, la muerte de Antonio me ha tocado más de cerca. Conocí a Antonio en La Habana, en aquel afamado viaje del primer contingente de la Brigada Antonio Maceo en diciembre de 1977. En un esfuerzo de enseñarnos los logros de la revolución, los dirigentes políticos del gobierno cubano nos pasearon por la Isla como si fuéramos animales prehistóricos y así tuvimos encuentros en instituciones culturales como Casa de las Américas.

En aquel pasado Antonio trabajaba en la sección del Caribe y cuando nos reunimos con algunos funcionarios y escritores, Antonio figuraba entre ellos. Si mal no recuerdo, todavía conservo dos o tres diapositivas de aquel encuentro. Se sobreentendía que ésta era una de las muchas visitas manejadas por el régimen para explicarnos desde su perspectiva el cambio histórico que había producido el exilio que nuestros padres vivieron, pero que ninguno de nosotros realmente entendíamos. Aquel extraordinario viaje nos ofreció la oportunidad de conocer a escritores que habíamos leído y a otros con los que llegamos a intimar por primera vez.

Admiración por el maestro

Cuando Antonio se exilió en 1980, nosotros reanudamos nuestra amistad en Estados Unidos y luego de numerosas visitas tanto en ciudades como Hanover, donde yo trabajaba, como en Amherst, donde él llegó a ocupar una importante cátedra en el Departamento de Español de Amherst College, me hablaba de una realidad que sólo podrían entender los que se habían unido a la revolución y fueron traicionados por ella. Sólo por medio de la honestidad, sinceridad, lógica y paciencia de Antonio pude entender la complejidad de la realidad cubana.

La muerte de Antonio me ha impactado de muchas maneras. Tenía un inmenso respeto por él, no sólo por las largas conversaciones que compartimos, sino también por la admiración que se puede tener ante un maestro con una alta sensibilidad humana. Nosotros, sus amigos, reconocíamos que estábamos ante una persona especial, así lo percaté aquel verano cuando Antonio, Roberto González Echevarría y yo fuimos invitados a participar en una actividad patrocinada por el programa de verano de Middleburry College, en donde presenté un trabajo sobre uno de mis cuentos favoritos de Antonio, La tierra y el cielo.

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