www.cubaencuentro.com Martes, 12 de abril de 2005

 
  Parte 1/4
 
Para un Infante difunto
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

La muerte de Guillermo Cabrera Infante no significa sólo la pérdida de un gran escritor, sino del creador que por años representó la vanguardia literaria de la Isla, el autor que influyó en diversas generaciones, el crítico y ensayista que amplió las fronteras culturales y artísticas y el intelectual que mantuvo siempre un debate ético y un enfrentamiento sin tregua contra el régimen de La Habana.

G. C. Infante
Cabrera Infante. (EL PAÍS)

Cabrera Infante es una referencia obligada para conocer la cultura cubana durante más de medio siglo. Primero desde su labor de crítico cinematográfico, durante la dictadura de Fulgencio Batista; luego, al agrupar a la avanzada cultural del país, al triunfo de la insurrección encabezada por Fidel Castro, en el semanario Lunes de Revolución; posteriormente, y ya en el exilio, publicando un conjunto de libros que conforman una memoria nacional y que, al tiempo que constituyen la mejor representación literaria de una época, definen un estilo al que ha sido necesario volver una y otra vez como punto de partida.

Al mismo tiempo, esta labor literaria no se desarrolló ajena al destino político nacional. Cabrera Infante no era sólo el mejor escritor cubano vivo: también representaba la voz más poderosa entre los intelectuales anticastristas y en este campo constituía el enemigo más odiado por el gobierno cubano. Aunque siempre mantuvo una barrera entre sus textos políticos y literarios, la separación no impidió que fuera indispensable referirse a ambos aspectos de su labor, en una fusión entre el hombre y la obra que le ganó admiradores y detractores en todo el mundo.

Lo mejor de Cabrera Infante no se limita a dos novelas ejemplares, una selección de cuentos donde hay varias obras maestras, tres libros sobre cine, varios de artículos y ensayos, otro de textos políticos, diversos guiones cinematográficos, una recopilación de crónicas de viaje, un conjunto de viñetas memorables y un estudio exhaustivo y singular sobre el tabaco, que originalmente fue escrito en inglés. Desde el momento en que comenzó a publicar sus crónicas de cine en la revista Carteles, en 1953, se colocó al frente de la vanguardia creadora de una nación con una tradición literaria y artística de gran riqueza, que a la vez estaba profundamente dividida entre lo culto y lo popular. Hizo trizas esta división artificiosa y demostró que la escritura más elaborada y compleja podía ser al mismo tiempo entretenida y llena de humor.

Su primer libro de cuentos, Así en la Paz como en la Guerra (1960), abrió el camino de una literatura épica revolucionaria que tendría un gran desarrollo posterior, pero que hoy está totalmente agotada. Así en la Paz… combina cuentos —la mayoría escritos antes del triunfo de la revolución— con viñetas que siguen el estilo creado por Ernest Hemingway —todas elaboradas en 1958—, donde la violencia se describe con objetividad fotográfica y ausencia de sentimentalismo. Fueron precisamente estas viñetas las que tuvieron una mayor influencia en la creación de una épica revolucionaria. Cabrera Infante renegó de este recurso posteriormente y excluyó otras viñetas similares de la versión publicada de la novela Tres tristes tigres (1967).

Los Tigres

Fue una decisión acertada (las viñetas aparecieron posteriormente en otra obra: Vista de Amanecer en el Trópico), que libró a los Tigres del contexto político y realzó su carácter universal. De haber continuado el contrapunto entre "realidad" y "ficción" iniciado en Así en la Paz…, su influencia se hubiera limitado a un período de la narrativa revolucionaria. Tres tristes tigres, por su parte, retoma otro contrapunto presente en la recopilación de crónicas cinematográficas publicadas en Un Oficio del Siglo XX (1962): el juego verbal y la ironía que transforman una recreación primera, elaborada a partir de una impresión que parte de la realidad pero la supera; la "ficción de la ficción" convertida en un cuerpo literario. Donde hubo una proyección de cine ahora hay una crónica de la función cinematográfica que se nos explica fue escrita por un ente ficticio del que se burla el antologista, que es al mismo tiempo sujeto y objeto, burlador y burlado. Otras realidades —el habla, el amor, la cultura, la amistad y el sexo— serán sustituidas en otros libros por ese cronista que primero no se limita a contar y analizar la película, luego a hablar de amigos y amantes, después a describir la ciudad y los cines, sino que recrea un mundo propio que quiere compartir. Así traza el paso imprescindible de la descripción épica al imaginario urbano que salva del anquilosamiento a la literatura cubana. Mientras que la realidad del país se repliega en un molde estático, su literatura rompe con los moldes de una sociedad caduca y avizora el deterioro futuro de una transformación que se inicia. Recrea la decadencia en una forma revolucionaria inmune al decadentismo —en lo que encierra el concepto de artificioso— por la vitalidad de la prosa.

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