www.cubaencuentro.com Martes, 12 de abril de 2005

 
  Parte 1/2
 
La voz ante el silencio
Guillermo Cabrera Infante, escritor de La Habana y ciudadano de la palabra.
por NIVIA MONTENEGRO, California
 

Conocí a Guillermo en 1973, en mi último año de estudios en la Universidad de Miami. Una compañera de clases —Dinah Sotolongo—, a quien nunca más he vuelto a ver, pero cuyo nombre siempre estará unido al descubrimiento de ese magnífico libro, me lo prestó  o mencionó, ya no recuerdo.

Lo que aquella lectura significó para mí no es un fenómeno único, y ya se ha dicho. Tres tristes tigres fue el regalo de Cabrera Infante a toda una generación, y ya quizás dos, de cubanos que nunca llegaron a conocer aquella Habana resbalosa y rebosante de clubes y personajes que pululaban por sus bares y calles como ciudadanos particulares de la noche y sus encantos.

Distancia no quiere decir olvido y Cabrera Infante la supo convertir en recuerdo, memoria de palabras que revolotean y recogen el ser de una ciudad húmeda, tibia e incitante. Pudo recrear como nadie el deslumbramiento que él mismo vivió al llegar, siendo aún niño, a la capital de su nativa Gibara. Su mirada abierta, perpleja y enamorada, se amplía después en La Habana para un infante difunto (1979), un regocijante recorrido por los entresuelos amorosos de la ciudad en la década de los cincuenta.

Se poetiza también en un gran pequeño libro, Vista del amanecer en el trópico (1974), donde capta, como en ninguna de sus otras obras, con la excepción de Mea Cuba (1992) quizás, su visión de la Isla y de su historia, del violento devenir a través de siglos coloniales, época republicana y décadas castristas. Un librito que nos deja con el sabor agridulce del amor a lo lejano y del dolor de nuestro entorno, especie de Ismaelillo en prosa dedicado a la Isla; un canto a Cuba —"verde, imperecedera, eterna"— pero también, en palabras de Heredia, que repite Guillén, "dulce por fuera y muy amarga por dentro".

Destilar esa amargura en el fino elixir poético que es Vista del amanecer en el trópico constituye uno de los logros, hoy no suficientemente reconocidos, de la obra de Guillermo Cabrera Infante. Una historia en clave que encierra tal vez la clave de nuestra historia.

De parte del autor

Al escritor lo conocí personalmente cuando visitó Los Ángeles, allá por 1985, con su esposa Miriam Gómez. Con ambos recorrí la ciudad que Guillermo recordaba de una estancia suya anterior. Insistió entonces en que fuéramos por todo Sunset Boulevard hasta desembocar en el mar, en Malibú. Luego intimé más con ellos en 1987, cuando los visitamos en Londres mi esposo y yo, recogiendo datos para un estudio de su obra. Ya en esta segunda visita, Guillermo, que le hacía honor a su nombre, en inglés una combinación de will+helmet (que traducido al español sería "casco voluntarioso", y que en buen cubano podría ser quizás "el casco y la mala idea"), comenzó a mostrar su fina ironía y su fabuloso poder con las palabras, a las que domaba, dominaba, hacía saltar y resaltar en sus frases. Nos vimos después en múltiples ocasiones, ya fuera en Londres, Miami, en Madrid o en Murcia.

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