www.cubaencuentro.com Domingo, 22 de mayo de 2005

 
  Parte 1/2
 
En su merecido olvido
La poesía de Rolando Escardó, un escritor de la llamada 'Generación de la década del cincuenta' en Cuba.
por PABLO DE CUBA SORIA, Miami
 

Rolando Escardó cumpliría, de haber sobrevivido a un fatal accidente en 1960, ochenta años en este 2005. Su obra poética entonces sería quizás copiosa y, lo más feliz, no estaría condenada al olvido. Sí, porque la poesía del autor de El libro de Rolando, merecidamente, cayó en las oscuras manos del olvido. Su persona despierta, en última instancia, más interés que sus poemas. Y la grande poesía se hace (está hecha) de palabras; no de formas de vida. Fue un hombre que, según aquellos que le conocieron y trataron, experimentó en carne propia toda el hambre de este mundo, y albergaba los más nobles sentimientos. Pero sus textos no pasaron de interesantes búsquedas. Y la palabra interesante muy poco (o nada) dice en materia poética.

Que si sus poemas poseen cierta dignidad tampoco —quizás menos— dice nada. Uno de los peores calificativos que puede atribuírsele a la creación artística-literaria resulta el de digno. La poesía es la explosión que una palabra produce al colocarse a continuación de la anterior; es la ruptura de una tradición o la tradición asimilada al través de la ruptura; es un martilleo en el ojo que la lee; es la soledad del poeta llenada con demonios; es, en fin, "la conjugación del intelecto y la emoción" (Richard Aldington). Y los escritos de Escardó, creo, no reúnen auténticamente ninguno de los presupuestos anteriores.

A la llamada "Generación de la década del cincuenta" en Cuba, a la que pertenecería Escardó, se le achaca con cierta justeza —salvando los aciertos: excepciones que justifican la regla— una manifiesta pobreza creativa (cojera creativa, tal vez más exacto). Generación que, en muchos casos, tendió a confundir "revolución" con "evolución".

Algunos ensayistas y escritores sostienen la obra del autor de Las ráfagas al compararla con las de sus contemporáneos. Puede ser que, en efecto, resulte menos desechable que la de tantos y otros poetastros de esa hornada (verbigracia: revisar la antología de los años cincuenta con selección de Luis Suardíaz y David Chericián, prólogo de Eduardo López Morales, Letras Cubanas, 1984; libro de carátula dura negra y con un setenta por ciento aproximadamente de pésima poesía). Pero por otro lado se encuentra, en primer lugar, a miles de siglos luz de un Heberto Padilla, creo el más talentoso poeta de esos años. De la zona elegíaca de Fernández Retamar; de algunos versos de Fayad Jamís y Francisco de Oráa; de ciertos de Rafael Alcides y Manuel Díaz Martínez…

Rolando Escardó fue un poeta de escasos recursos tanto formales como ideotemáticos. Sus lecturas, según me trasmite su escritura, algo pobres. El César Vallejo que tomó prestado —talento le faltó para robar, como exigía Eliot— no sobrepasa de una apropiación interesante. La pobreza que irradia buena muestra de la obra vallejiana, apenas es chispazos en Escardó. Cuando leo los textos críticos que Lezama, Cintio y Fina le dedicaran al poeta, experimento una curiosa sensación: todos sostienen al poeta más por la persona que fue que por sus versos. Lo mismo me sucede con el hermoso prólogo que Piñera escribiera a El libro de Rolando. Compartir la frase de Vitier que señala a Escardó como el origen de toda la poesía escrita después de 1959, equivaldría a profesar la fe hacia teleologías insulares y hacia ese sol del mundo moral.

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