Casi nadie lee hoy al valenciano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928). Y digo casi porque aún deben quedar algunos que sí lo hacen, a juzgar por la permanencia de sus obras en el catálogo de firmas como Alianza Editorial. Nada que ver, claro, con la fama que disfrutó cuando se hallaba en la cima de su popularidad y su gloria literaria. Entonces, una de sus novelas, Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, alcanzó un éxito internacional de ventas sólo comparable con el que en esa época lograba la Biblia. Asimismo, sus artículos eran publicados por una cadena de diarios de Estados Unidos, que le pagaban la nada desdeñable suma de siete mil pesetas por unidad. Varios de sus libros, por último, fueron llevados al cine y las adaptaciones contaron con protagonistas de lujo como Rodolfo Valentino, Rita Hayworth, Greta Garbo, Tyrone Power y Charles Boyer.
Admirado y leído tal vez más en el extranjero que en España, Blasco Ibáñez pudo permitirse un lujo que pocos pueden darse. Una mañana del otoño de 1923 decidió que quería dar la vuelta al mundo. Quiere hacerlo, sin embargo, como novelista, para contar lo que viese "como el que describe las personas y los paisajes de una fábula novelesca, sólo que ahora los seres y las cosas llevarán los mismos nombres que llevan en la realidad". Visitó Estados Unidos, Cuba, Panamá, Hawai, Macao, Japón, Corea, Manchuria, China, Hong-Kong, Filipinas, Ceylán, Sudán, Nubia, Egipto, Birmania, India. Y a partir de aquella singular experiencia escribió los tres volúmenes de La vuelta al mundo de un novelista (1927), un libro cuya lectura sigue siendo muy amena.
Blasco Ibáñez partió en 1924 de un espigón del río Hudson a bordo del paquebote Franconia, de la Compañía Cunard. La primera escala de su periplo alrededor del mundo fue La Habana. No era su primer viaje a la Isla: ya la había visitado en 1920. En su niñez, Cuba era para él, como recuerda, "el país del azúcar, una ciudad encantada, como la de los cuentos infantiles, donde las casas debían de ser de caramelo y no había más que agacharse para comer tierra cristalina y dulce. Además, todos volvían de allá trayendo onzas de oro y hablaban de negritos como los que había visto yo danzar, desnudos y graciosos, en las funciones de teatro".
En su imagen de adulto, expresa Blasco Ibáñez, Cuba "subsiste, cada vez más, amplificada por el progreso, la riqueza de la isla que tanto admiré en mis infantiles fantasías". Los médicos han acabado con las antiguas enfermedades que tan inseguras hacían la vida de los viajeros antes de que se aclimataran. Y agrega que "hoy, la más grande las Antillas es país de salubridad regular y constante, y La Habana una de las ciudades más higiénicas de la Tierra". |