www.cubaencuentro.com Viernes, 22 de julio de 2005

 
  Parte 2/2
 
Los sinsabores de un regreso a La Habana
A dos años de la muerte de Celia Cruz: Circunstancias de un documental 'hecho en Cuba'.
por LUIS GONZáLEZ RUISáNCHEZ, Santo Domingo
 

Este documental de Lobato podría ser la inauguración del "proceso de integración revolucionaria de Celia Cruz", aun a espaldas del propio Lobato, tan útil y ajeno. Incluso el temor infundido y la ausencia de diplomáticos cubanos al estreno mundial, serían parte del juego. Porque a fin de cuentas, el documental es permisible y utilitario. De no serlo, Lobato estaría tras las rejas.

Aún no ha sucedido. Arribamos al segundo aniversario de su muerte y quizás podamos brindar porque las manipulaciones no han tocado a La Guarachera. El documental tampoco se ha proyectado en Cuba, un año después de su realización. Los pronósticos que lo permitieron no soportan ahora su exhibición y Lobato deambula con él bajo el brazo, de la UNEAC al ICAIC, del ICRT a casa.

Los beneficios de una lectura final

Dos hermanas de La Guarachera, dos sobrinas, una hija adoptiva y otras personas como el coreógrafo del Cabaret Tropicana, Santiago Alfonso; el músico y compositor Giraldo Piloto; el pianista Miguelito Núñez y el salsero César Pedroso (autor del éxito Azúcar), además de la musicóloga María Teresa Linares y la periodista Sahily Tabares, hablaron en el documental. Algunos dejaron asomar lágrimas conmovidas, pero ninguno sabía lo que Celia propugnó a viva voz: primero, que el gobierno cubano desautorizó el permiso para que fuera al funeral de su madre; segundo, su reiterada declaración de que no iría a Cuba "mientras que gobierne Fidel".

¿Una verdad demasiado comprometedora para decirla ante una cámara en un barrio pobre de La Habana? Es cierto, entonces la única actitud noble hubiera sido el silencio.

La conclusión se mostraba como evidente: Celia soñaba con ver las palmas (sin mencionar que el precio de verlas era la conciliación con sus censores); ella "no renegó de la realidad política cubana", sino que partió por un contrato en México y "eso se fue extendiendo"; y finalmente, Celia no volvió a Cuba porque le traería el rechazo de la comunidad cubana en Miami y "ella estaba muy comprometida".

Tibias lecturas entre líneas, sorpresas subliminales que apelan a la experiencia vivencial del cubano, no justifican 55 minutos de cine, que bajo la óptica del resto del mundo, pueden concluir que los exiliados fuimos los culpables de que Celia Cruz no gritara "Azúcar" un 26 de julio en la Plaza de la Revolución.

En una escena final, un grupo de jóvenes habaneros bailan con la música de La Guarachera, en imágenes donde predominan las evocaciones a la santería, con una sobresaturación de la religiosidad afrocubana que complace el exotismo en venta. Nunca se dice que esos jóvenes sólo conocen a Celia por la información underground que circula en la Isla, que vence las censuras y las prohibiciones oficiales. Celia hace 45 años que no se transmite por los medios cubanos; no se habla de ella, no existe.

La pobre realización de Celia Cruz regresó a La Habanano es el tema de este trabajo. No es ni acaso tema de debate, porque en Cuba, hace más de una década, la decadencia de la producción cinematográfica es conocida. Lo grave está en las implicaciones de sus mensajes, en la conclusión depositada en una sala llena que aplaudió al final de su proyección, en la Cinemateca Nacional de Santo Domingo, como homenaje al primer aniversario de la muerte de La Reina, y que un año después sólo continúa muerta en el panorama nacional cubano.

Hace apenas unas semanas, Omer Pardillo, quien fuera manager de Celia, estuvo en Santo Domingo y trató de localizar una copia del documental que la compañía Hierbabuena conserva. No fue posible. Ese es el riesgo que corre José Luis Lobato: ser transmisor de un metamensaje que a sus espaldas se teje como un argumento alevoso, sin la conciencia de que un año después, su trabajo puede continuar una ruta ajena, dejando el trágico sabor de la verdad manipulada.

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