www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 2/2
 
Lauros y miserias
El beneplácito de la prensa oficial cubana con el Premio Nobel de Harold Pinter: ¿Un hecho azaroso?
por MANUEL SOSA, Atlanta
 

De la Hoz, por su parte, a lo largo de doce apretados párrafos, no habla ni una vez de los méritos literarios de Pinter, sino de su activismo de izquierdas. En específico, recuenta sus desavenencias con las políticas enemigas del gobierno de Castro, verbigracia: el embargo estadounidense.

Lo cierto es que cada día más, contrario a los decires del ministro Prieto, la oficialidad cultural cubana se aferra a un discurso donde se acentúa el cariz político de fenómenos eminentemente artísticos. Y a la vez, se sigue clasificando a los autores según sus ideologías.

Cuando pensábamos que se iniciaba un desmantelamiento del esquema tradicional, donde el destierro era literal y literario, y que se podía quizá usar la peligrosa palabra "apertura" a la hora de ser publicado, divulgado o simplemente tenido en cuenta en ciertos estamentos culturales, aparecen (o se renuevan con más perspicacia) los conocidos síntomas de las demarcaciones ideológicas.

'Batalla de ideas' y 'guerra cultural'

Lo que pudiera ser una nueva proyección de entendimiento entre cubanos, se torna dudoso al leer los últimos artículos del señor Otero. Al novelista, devenido nuncio de útiles dimorfismos, se le ha permitido decir cosas inauditas, que abren grietas al discurso que Prieto exhibe en su agenda. Esa agenda, si es que fuese cierta, encontraría enemigos en terreno propio, dejando que hablen, o escriban personas como De la Hoz y Otero sin dejar lugar a réplicas. Para explicarlo mejor: es difícil cotejar un discurso conciliador con el cada vez más frecuente discurso de barricadas que exhiben las publicaciones culturales de la Isla.

El hecho de que la prensa cubana haya reflejado su beneplácito con el premio de Pinter no debe dejarse pasar como hecho azaroso. Cada pizca de euforia que se planta en el alma del consumidor isleño es intencional. Ya sea la famosa "batalla de ideas" o una naciente "guerra cultural", cada semilla que se siembre hoy pudiera ser el árbol que mañana ofuscará la visión de lo real.

La concesión del Premio Cervantes a Guillermo Cabrera Infante fue reseñada en su momento con toda la posible templanza. Las revistas y publicaciones cubanas prefirieron ceder su espacio a personajes como el propio Otero, que se rebajó al ataque personal contra el autor de Tres tristes tigres.

Hoy por hoy, este tipo de ataques son frecuentes en sitios virtuales como La Jiribilla, donde se reúnen los mofadores oficiales a hurgar desvanes y propinar golpes bajos a los que se atrevieron a disentir. La nueva "guerra cultural" toma elementos circenses y los mezcla con elementos adustos: proliferan los eventos de envergadura, se recolectan firmas prestigiosas, se envían nutridas delegaciones a los cuatro puntos cardinales. Imperturbables, los otrora magullados Ovidio van aceptando, uno tras otro, los Premios Nacionales de Literatura, para sepultar malentendidos y rociar sus tristes huertos por un día.

Entre un hecho significativo y otro, la oficialidad cultural se ocupa de retocar cada embozo, prologando libros "urgentes", recopilando espejismos para las campañas de turno, recitando ante las multitudes fervientes si fuera preciso. El éxtasis ha sido tan desorbitado, que el espía Antonio Guerrero, condenado a cadena perpetua en una prisión estadounidense, ya ha publicado en la Isla su tercer poemario, y es de esperarse que se anime a escribir otros más. Tal es la guerra que se avecina, una epicidad fabricada para el consumo de este mundo que prefiere nuevos escenarios: academias, diccionarios, antologías, premios.

Por último, una observación a quienes vitorean al más reciente laureado. Milán Kundera, para desgracia de la academia sueca, no ha muerto.

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