www.cubaencuentro.com Lunes, 31 de marzo de 2003

 
  Parte 1/2
 
La planicie asediada
El poemario 'En la llanura', de Reinaldo García Ramos, apareció el pasado año bajo el sello de La Torre de Papel.
por VICENTE ECHERRI, Nueva York
 

Abram acampó en la tierra de Canaán, en tanto que
Lot habitó las ciudades de la llanura, y fue
poniendo sus tiendas hasta Sodoma

(Gen. 13:12)

La cita bíblica que antecede no está en el poemario En la llanura (Colección Opus, 2001), de Reinaldo García Ramos, que apareció el año pasado con el sello de La Torre de Papel. Sin embargo, para cualquier lector familiarizado con la tradición judeo-cristiana, resulta tan obvia que, una vez leído el libro,
En la llanura
la cita puede reconocerse como una omisión deliberada: una suerte de elipsis con que el autor le hace un guiño a los enterados. El versículo del Génesis está ahí aunque no aparezca impreso, y tanto que define, como clave, como misterio, el carácter de todo el poemario.

La llanura en La Biblia es algo más que un accidente geográfico; es toda una categoría que, por extensión, constituye un símbolo y un topos literario. Así como la morada de Dios y de los ángeles está arriba, en las alturas, y desde arriba Dios habla y se revela —en la cima de los montes, sobre el Arca de la Alianza— y toda plegaria es una elevación (sursum corda); así la llanura —el valle, el desierto— es el hábitat natural de la raza caída. Es lógico que altura y llanura, monte y valle, constituyan una típica antinomia bíblica, de la misma índole que luz vs. tinieblas o derecha vs. izquierda. No es, pues, casualidad que la Escritura localice las ciudades pecadoras y malditas de Sodoma y Gomorra en la llanura, en tanto que Jerusalén, ciudad santa ya por tres milenios, se levante en la cumbre de un monte.

La llanura donde se sitúan o se producen, como evento literario, los poemas de este libro de García Ramos no es otra que ese páramo donde la criatura humana ha sido condenada a vivir, a vagar y a perecer; tierra de perniciosa oscuridad habitada por toda suerte de tentaciones y de monstruos —"viejas alimañas de las profundidades, culebras y tentáculos, soberbias fauces familiares"(Estanque delicioso)— en que el personaje poético —la voz que dice estos poemas en primera persona— va narrando los retazos de una peripecia, de un tránsito. Este viaje empieza en "la plena oscuridad" de Estanque delicioso —un poema que nos seduce de la misma manera misteriosa con que el estanque atrae una y otra vez a su furtivo visitante— y concluye "con la tiniebla dilatada" del último poema (Casa verdadera). Pese a este acento tenebroso, podría decirse que todo el recorrido está matizado por una luz crepuscular que, en ocasiones, refulge, "en las respiraciones del ocaso" (Buque sin aire) o se destaca en el horizonte como una "enorme llamarada" (Creencias).

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