www.cubaencuentro.com Martes, 29 de abril de 2003

 
  Parte 2/2
 
Los negros, los blancos, la rumba y el son
La mirada del otro. Robin Moore y su 'Música y mestizaje. Revolución artística y cambio racial en La Habana'.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid
 

Además, el protestantismo significó, entre otras muchas cosas, la búsqueda de una estricta consecuencia religiosa, en rebeldía contra el relajamiento de la iglesia de Roma. Ello provocó que mientras los católicos podían asumir la esclavitud con cierta hipocresía, los protestantes necesitaron responsabilizar al negro de su propio estado, para mantener más o menos tranquilas las conciencias. No es casual que las sociedades más segregacionistas se hayan producido en países colonizados por protestantes, como fue el caso de África del Sur. Así, mientras que los Estados Unidos ha llegado al siglo XXI como un país que colecciona minorías, en Cuba comienza, desde la misma colonia, un muy conflictivo proceso de mestizaje, no por conflictivo, menos mestizo.

En muchos casos, Moore toma en cuenta esta premisa; en otros, parece olvidarla. Por ejemplo, cuando africaniza la mulatez:

"Es interesante como Garay, a pesar de ser mulato, prácticamente no compuso ninguna pieza con influencia africana directa, y en su biografía no muestra interés por dichas tradiciones" (Nota 8 en pág. 138.)

¿Por qué Sindo Garay debía prestar más atención a sus ancestros africanos que a los europeos? Dicho de otra forma, ¿por qué esperamos (la tendencia no es sólo de Moore) que un mestizo sea más negro que blanco?

Para ser justo, este error de perspectiva no es responsabilidad del autor. Se ha estudiado muy poco la cotidianidad de la historia de Cuba y la forma como se desarrolló nuestra sociedad en las clases medias y populares. También se ha ideologizado excesivamente, desde todos los puntos de vista en cuestión. Lo cierto es que, por ejemplo, la sociedad cubana de mediados del XIX era lo suficientemente compleja para que convivieran una incipiente clase media negra y la esclavitud. De hecho, algunos autores, como Fermoselle, apuntan la idea según la cual la sociedad criolla de finales del XIX era menos segregacionista y más tolerante que la que se produce a comienzos del XX. Incluso llegan a responsabilizar a la influencia norteamericana de la intolerancia de la recién estrenada República.

Uno de los factores que el libro parece ignorar (lo cual es extraño, dada la estirpe marxista de sus razonamientos) es que en los barrios populares de La Habana y Matanzas convivían negros y blancos, y que estos últimos habían asimilado en muchos casos las formas culturales de origen más africano como parte de su ser. De hecho, ya en el siglo XIX se crea el primer plante ñáñigo de blancos, y no es un secreto la participación que por lo menos desde el mismo siglo tienen las personas de piel blanca en los rituales de la regla de Ocha o santería. Quizá en algunos casos hubiera sido más consecuente hablar de la cultura del poder versus la popular, mucho más impregnada por las raíces africanas, al menos en La Habana.

No puedo menos que reconocer que distinguir las características y contradicciones de clase de las directamente raciales es sumamente complejo y no siempre posible. Por ello, aunque según mi opinión Moore puede ejercer la arbitrariedad por momentos, ello no resta valor a la interesantísima labor de reconstrucción de la vida musical habanera que ofrecen sus páginas, y a su original (y certera) visión de proponer la música como el ente socialmente más significativo, no sólo de nuestro mestizaje, sino de las enormes resistencias que éste ha tenido que vencer para desarrollarse.

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