www.cubaencuentro.com Martes, 27 de enero de 2004

 
   
 
Descubrimiento de Chago
'Mírala antes de morir', la nueva obra de Santiago Rodríguez, es un homenaje a la novela y al cine negro, desde los clásicos hasta las más olvidadas películas B.
por JORGE POSADA, Miami
 

Yo, que tantos hombres he sido, una vez pensé que no quería tener nuevos amigos. Los que tenía eran tan buenos, me parecían tan completos y me satisfacían tanto, que estaba seguro que me bastaba con ellos. Eso fue en La Habana de los años setenta, cuando tenía veintipico de años y me gustaban Bergman y Godard. Como tantas veces, estaba absolutamente equivocado. Hizo falta el exilio, muchas Heinekens y tortillas de papa y pocas lecturas de Mario Benedetti para que pensara lo contrario. Hace diez años, conocí a Santiago Rodríguez y desde el primer día fue Chago para mí, y desde ese mismo primer día nos hicimos amigos.

Mirala antes...

El descubrimiento de Chago ha sido una de las alegrías mayores de mi vida y con el tiempo puedo afirmar que él es uno de los grandes amigos que he tenido. Lo conocí y conocí también su agresiva pintura y su lengua viperina y su pasión por el cine, donde es un experto como pocos. Un día me dijo algo que me dejó sorprendido: "Estoy escribiendo una novela y es tan truculenta que me siento tan malvado como Sydney Greenstreet". Cuando vine a darme cuenta, el libro estaba terminado y con la ayuda cómplice del maestro Umberto Peña, en el diseño, y del entusiasta Roberto Madrigal en el aspecto editorial, lo publicó poco después.

Era La vida en pedazos, que ponía a Miami en el mapa literario, patas arriba. Chago, que hasta ese momento era para mí era un pintor naif de imaginación enloquecida, se me reveló entonces como un escritor cínicamente audaz; genuino, sabio y lleno de recursos, y más promiscuo y relajón que Henry Miller. Le cogió el gusto a la computadora porque al año publicó la cuidadosa colección de relatos Una tarde con Lezama Lima, donde reafirmaba su calidad como narrador.

En su largo peregrinar por librerías, bibliotecas y países, se sabe que los dos libros han llegado hasta Cuba, donde se leen clandestina y ávidamente en La Habana, en Santiago y en Guantánamo, y de pronto Chago se ha convertido en una suerte de Mickey Spillane de Miami. Ahora, como para no darnos tiempo para respirar, se aparece con otra novela que ya, desde el título y la portada, es sutilmente sugerente: Mírala antes de morir.

Se trata de un libro que tiene todo lo que corresponde al policiaco negro: asesinatos misteriosos, luchas sanguinarias, amores trágicos, trampas, enredos, traición y muchísimo sexo —crudo, sucio y explícito—, como si estuviera reivindicando lo que no pudieron escribir hace sesenta años maestros como Hammett y Chandler. Es su homenaje nosólo a la novela sino también al cine negro, desde los clásicos hasta las más olvidadas películas B. De nuevo es Miami, la ciudad de los sueños rotos, el gigantesco escenario donde gira, como en un caleidoscopio, una Corte de los Milagros pintoresca y dramática: judíos millonarios, mujeres fatales, drogadictos, rastafaris, médicos, playboys, policías bisexuales, balseras, políticos, todos en medio de una lujuria casi sadista y envueltos en una intriga repleta de codicia.

Chago ha apostado por la ambigüedad sin ambages y nos sirve un plato fuerte de violencia y podredumbre. Todos los ingredientes están ahí. La entrega es, sin embargo, algo más que una trama de corrupción y muertes. Desde el melancólico exergo tomado de Pickup on South Street, esa joyita de Samuel Fuller, los personajes muestran su feroz desidia y su agotamiento físico y moral. Le dice Thelma Ritter al tipo que la va matar: "Mire, señor, estoy tan cansada que me haría un gran favor si me vuela la tapa de los sesos". Mírala antes de morir es la puesta en escena de más de una mente.

Poner de pretexto un crimen para convulsionar una sociedad; sacar al aire las excrecencias de todo el mundo es la esencia del género. El crimen va más allá de ser el motivo principal de este libro y Chago no le perdona la vida a nadie. Sus personajes son  tremebundos, soeces, impúdicos y no creen ni en su madre. Su dibujo de la ciudad es asfixiante y corrosivo. No permite que lo políticamente correcto, las consideraciones sociales, los escrúpulos, la condescendencia o el miedo al sexo más atroz se interpongan en su camino. Ha escrito un libro sórdido y descarnado, pero también muy vital y escandaloso y hay que agradecérselo. Y de qué mejor manera que leyéndolo.

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