www.cubaencuentro.com Jueves, 16 de diciembre de 2004

 
  Parte 2/2
 
Vísceras de una ciudad dormida
Doce minutos de sonidos de un supuesto metro en la capital de la Isla: Alexis Esquivel en la exposición 'Memoria, presente y utopía: La Habana 485 años después'.
por SUSET SáNCHEZ, Madrid
 

Si en otros sitios las transacciones resultado de la piratería al mercado discográfico se convierten en una alternativa económica de adquisición para los diletantes; en Cuba se suma a la agonía de la existencia precaria de mucha gente, poniéndoles en la disyuntiva de escoger entre productos básicos para la subsistencia y el alimento del espíritu.

Con ello Esquivel enfatiza las paradojas de un presente que define sus acciones desde la reproducción desatinada de modelos ajenos, ese hoy que le hace el guiño picaresco a una historia que se ha tratado de construir a imagen y semejanza del Otro, y que en la actualidad subsiste como lastre poscolonial y de dependencia. Por otra parte, la obra articula la fuerza de un imaginario utópico que el cubano ha desplegado como mecanismo de subsistencia, y que tiene uno de sus momentos cimeros en el proyecto moderno nacional, resultado del advenimiento republicano del pasado siglo.

El Metro de La Habana podría perfectamente congeniar con los planes modernistas de urbanización, expansión y desarrollo de la urbe capitalina. Sería hermano de otros alcances prerrevolucionarios como el Túnel de la Bahía, que dotaron a la ciudad de un enfoque progresista y viabilizaron la rapidez de circulación a través de algunas de sus más importantes arterias. Pero el Metro de La Habana prefigura una utopía y una metáfora, mayores ambas, que testimonian las ansias de una ciudad y definen los comportamientos de muchos de sus habitantes.

Un viaje imaginario

Metropia, la obra producida por Esquivel con la colaboración del músico y sociólogo francés Damien Litzler, se convierte en un viaje imaginario que permite un recorrido sensorial cuyo trayecto incluye algunos pa(i)sajes memorables de la historia reciente de la Ciudad de La Habana. Se escucha el alborozo de las colas en el Coppelia cuando se reproducen los sonidos de la calle 23, el trasiego de los universitarios que mitigan la sed en cualquier esquina con un refresco insípido de un peso, a falta de moneda libremente convertible que les permita disfrutar los sabores de los productos cuyas etiquetas rezan "lo mío primero". Se aprecian las riñas de los aficionados al béisbol en el Parque Central, y el claxon infernal del camello advirtiendo su proximidad a la Ciudad Deportiva.

El oído permite reconstruir los últimos giros de la historia de una ciudad que casi arriba a sus 500 años, en medio de la arteriosclerosis de su vejez prematura, de la flacidez de sus fachadas y la osteoporosis de las esperanzas de miles de ciudadanos. Una obra que habla de tiempos de crisis, de sus causas históricas, pero admite un resquicio para la utopía al detectar la conciencia colectiva popular y distinguir los modos en que la gente se inventa alternativas de vida para mirar hacia el futuro.

La idea del Metro de La Habana sugiere incluso el peregrinaje dramático de los habitantes de la ciudad, eternos paseantes condenados a la espera del milagro que les induzca a la movilidad. Ese Metro infiere las mareas subterráneas de pactos, subjetividades, acciones, que quedan ocultas bajo el asfalto de lo oficial y sus marcas punitivas.

Metropia deja escuchar el eco lamentable de las infinitas voces underground que forman parte del coro de la nación, y que han sido relegadas al murmullo leve y al rumor cómplice durante décadas. Sin embargo, es el crédito de la resistencia, de la imaginación que no se resigna a ser atrapada por los formalismos historicistas.

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