www.cubaencuentro.com Lunes, 27 de diciembre de 2004

 
  Parte 2/2
 
Arreglos de muerte
Accidente, de Juan Abreu. Debolsillo 21, Ed. Mondadori, Barcelona, 2004, 191 pp.
por ANTONIO JOSé PONTE, La Habana
 

Rialta a su hijo José Cemí en Paradiso: "No rehúses el peligro, pero intenta siempre lo más difícil. Hay el peligro que enfrentamos como una sustitución, hay también el peligro que intentan los enfermos, ese es el peligro que no engendra ningún nacimiento en nosotros, el peligro sin epifanía. Pero cuando el hombre, a través de sus días, ha intentado lo más difícil, sabe que ha vivido en peligro, aunque su existencia haya sido silenciosa, aunque la sucesión de su oleaje haya sido manso, sabe que ese día que le ha sido asignado para su transfigurarse, verá, no los peces dentro del fluir, lunarejos en la movilidad, sino los peces en la canasta estelar de la eternidad".

Luz, la madre de Accidente, al despedir a uno de sus hijos: "Hijo (…) en la vida se puede ser cualquier cosa menos un mierda. Serán tres años duros, pero todo pasa; compórtese como una persona decente. No importa que todo el mundo a su alrededor actúe como un mierda. No hay nada malo en ser diferente. Usted limítese a no ser un mierda".

El narrador lezamiano sobre las palabras de Rialta: "Sé que esas son las palabras más hermosas que Cemí oyó en su vida, después de las que leyó en los evangelios…".

Y quien narra Accidente: "cuando hablaban de filosofía, mencionaban siempre (como momento cúspide de la historia de esa disciplina) las palabras de Luz, enunciadas cuando Lucas tenía diecisiete años, en ocasión de la partida de éste al Servicio Militar Obligatorio".

Luz muere atropellada, la mujer al timón del Pontiac del 56 sale de juicio con sanciones muy leves, y uno de los hijos de la muerta considera que corresponde a él hacer justicia. Las dos secciones más extensas de este libro cuentan el camino a la muerte de Luz y la venganza perpetrada por su hijo: el secuestro de la conductora del Pontiac, su encierro en un sótano donde el vengador emprenderá en paralelo la mortificación de la mujer hasta la muerte y un retrato del cuerpo sometido a torturas. (Cuando hunde las manos en las heridas de la mujer encuentra los latidos de los órganos "y tiene casi la certeza de estar conectado, mediante aquel agujero, con un espacio inmenso, con otra geografía. A veces ese espacio resulta casi familiar. Digamos que es el patio de la casa de su niñez. O la calle del barrio, por la que corre junto a una manada de muchachos". Hannibal Lecter diluye en tila la dulzura de una magdalena).

Si la muerte de la madre va a provocar un libro, el asesinato ritual de su asesina arrojará obra pictórica. Un epílogo noticia que luego de fallecido el pintor torturador, descubiertos en su sótano un cuadro y un esqueleto, el Museo de Arte Moderno de New York tuvo a bien adquirir aquella pintura, que tomaría nombre de una inscripción hallada en la pared del sótano: "Accidente".

Accidente, el libro, habría sido obra muy cumplida si su autor se hubiese conformado con las dos secciones reseñadas hasta aquí. Lamentablemente, unas treinta páginas las anteceden para postergar la historia. "Un cuento", "Cumpleaños" y "Tarde morada" son piezas que estarían bien dentro de una compilación de cuentos. Ubicadas al comienzo del libro, sería lamentable que lograran disuadir al lector de adentrarse en la bien trabada historia que las sigue.

En Gimnasio. Emanaciones de una rutina (Poliedro, 2002), Juan Abreu narraba la espera por la muerte de un padre. Del gimnasio al sótano de torturas, aunque sin llegar a la altura de aquel libro, emprende aquí los trabajos de luto por una madre. Retratada alguna vez por el hijo pintor, el retrato de la madre pudo haberse atribuido (se nos dice) a Velázquez, a Goya, a Ingres o a Lucien Freud. Terminará, sin embargo, destruido por el propio autor, borrado por la aplicación de una gruesa capa de rojo. Uno estaría tentado a comparar sus brochazos aniquiladores con las piezas iniciales de Accidente. Pero, afortunadamente, éstas no alcanzan a borrar la figura que Abreu ha conseguido, comparable a la del whistleriano Retrato de la madre del artista núm. 2, de Arístides Fernández, colgado en el Museo Nacional de Bellas Artes en La Habana.

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