www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 1/2
 
El corazón, toda su furia
Escrito durante su reclusión en la prisión de Canaleta, el último poemario de Raúl Rivero expresa su oposición permanente a cualquier acto de sometimiento.
por LADISLAO AGUADO, Madrid
 

Sus carceleros fueron terminantes, podía escribir, pero sólo poemas de amor. El poeta cubano Raúl Rivero recibía entonces la parte no escrita de su sentencia a veinte años de cárcel. El régimen se mostraba magnánimo, podía escribir. Los designios totalitarios del gobierno le permitían ejercer su más caro oficio, y de paso, lo enviaban a una prisión sofisticada, al este de la Isla, donde en compañía de asesinos compulsos, maricones hambrientos, soplones oficiales, tahúres sin suerte y tarados mentales, el poeta habría de encontrar su sitio entre los hombres de la tierra. La prisión de Canaleta se abría dolorosamente hospitalaria al imperioso ejercicio de la poesía.

Raúl Rivero (Morón, Cuba, 1945) era juzgado por el delito de escribir con la convicción de quien hace lo único que le es lícito en un país repleto de abyecciones, deslealtades y falsos abrazos: contar la verdad, o al menos, la suya. Ambas variantes son difíciles de tolerar en un Estado que ha hecho de la represión, la desconfianza y la doblez excelentes cartas de presentación.

Los espías y delatores brotaban festivos de los rincones más sucios, de las confianzas más íntimas y de las esquinas menos esperadas. Todas las jaurías del rey salían a cazar al ciervo y con el aullido de los perros, el régimen de la Isla daba comienzo a una ordalía amarga, sin más jueces que la voluntad artereoesclerótica de Fidel Castro y su demostrable repugnancia por las obras de ternura, los ejercicios de fe y las razones del alma.

El poeta había cometido el peor de todos los pecados: había escrito patria, dolor, desilusión, y caminado tristísimo, decepcionado, por las calles también muy tristes de La Habana; pero si quería (que es una manera esquiva de enunciar si le alcanzaran las fuerzas, si la rabia, la furia, su furia batiéndole el corazón, si tanta impotencia se lo permitía), ya en Canaleta, le dijeron, podía entretenerse con razones de amor, encargos de la nostalgia y repentinos desafueros de añoranza. El resto quedaba fuera de los barrotes, en los dolores familiares, en la hombradía de dormir cada noche con el susto de quien no saldrá vivo y aún escribe: "Yo nunca me engañé. Mi muerte ha sido siempre el final de este cuento".

Como un presagio, o una línea de destino, volver a ejercer el libre ejercicio de la palabra parecía entonces una empresa desafortunada, un mal momento para mejores prosas. Y el poeta escuchó la coda de su sentencia, podía escribir, pero sólo poemas de amor; sus carceleros habían hablado alto y claro, pero no lo habían leído. ¿O qué había escrito él desde que en 1969 publicara el poemario Papel de hombre, si no versos de amor? ¿Qué oscura suerte se les ocurría a aquellos hombres que cruzaba por el dolor, la entrega o la alegría de todos sus poemas? ¿Dónde avizoraron que esa luz prístina, lacerante, no era el amor habitando las estrofas más convulsas, las más tiernas, entre sus más feroces epigramas?

1. Inicio
2. Y en la prisión...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Un acto contra la desmemoria
JAIRO RíOS, La Habana
Bienaventurados los que puedan escuchar
ENRIQUE DEL RISCO, Nueva Jersey
El jardín y el abandono
EMILIO ICHIKAWA MORíN, Homestead
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir