www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
  Parte 2/2
 
La Habana: Nuevo catauro de expresiones cubanas
por JOSé H. FERNáNDEZ
 

De hecho, ha conseguido ya desmembrar los fundamentos de esta nación, oponiendo a vecinos y amigos, dividiendo a las familias, empujándoles a enfrentarse en bandos irreconciliables y muchas veces hostiles: a un lado los gusanos, negativos, desafectos, desertores y apátridas; al otro, los revolucionarios, integrados, conscientes y patriotas. A un lado, Cuba, el país, el pueblo, que son los tres nombres con que se disfraza el régimen; al otro, los enemigos de Cuba, del país y del pueblo. En esta orilla, los héroes; en la otra, los traidores. De la parte de acá, la independencia y la justicia; en la parte opuesta, la mafia y los lacayos. Aquí, la dignidad; allá, la escoria. A primera vista el recurso podría parecer improcedente por burdo, pedestre y hasta ridículo, pero ya es tarde para dos comidas, como dice el dicho. La realidad y 43 años de historia responden por su plena eficacia, dejando en un palmo de nariz cualquier duda.

Otra cosa es que esta aplanadora del léxico y de la conciencia obliga a que ni un solo ciudadano quede fuera del alcance de su sombra nefasta. Quien pretenda mantenerse ajeno a la política, desentendiéndose de simpatizantes y contrarios, sabe que para él también existe un calificativo de condena: apático. Quien trate de guardar distancia ante las siempre inoportunas convocatorias del Gobierno, sea para un trabajo voluntario, una guardia o una de las llamadas concentraciones populares, hallará su sambenito en la frase "falta de combatividad". Quien haga uso del derecho soberano a ser amigo o contertulio de alguien fichado como opositor, se la juega ante el filo de otro término que es pólvora viva para su estabilidad laboral y económica: no confiable.

Las expresiones "compañero" y "ciudadano" marcan una antinomia que no por sutil resulta menos escabrosa. Los cubanos lo saben: por eso, al margen de sus sentimientos y posiciones políticas, tratan públicamente al otro como "compañero", muy en especial cuando se dirigen a un funcionario, a un representante de la ley o a cualquier tipo de empleado oficial. Llamarles "ciudadano" podría ser tomado como una ofensa, que en el mejor de los casos conspira contra el éxito de la gestión que de ellos se espera. Dentro de la Isla siempre es de mal augurio para un ciudadano el hecho de que al ser interpelado por la policía, o visitado por un activista político, o por un inspector del Estado, éstos empiecen por llamarle ciudadano. En los últimos años, con la llegada del turismo y las empresas internacionales, el apelativo "señor" intentó salir del latón de desperdicios burgueses al que fue arrojado hace ya mucho tiempo, pero su uso no logra trasponer ciertos límites sectoriales, y aun a ese nivel suena falso. Las autoridades lo mastican pero no lo tragan y el periodismo oficialista, que es su eco, ha emprendido más de una campaña para combatir tan perjudicial reminiscencia del pasado.

"Campaña" y "combate" forman parte asimismo de otro bestiario de palabras entronizadas en el discurso público para agitar, alardear e intimidar. Se trata de expresiones de choque con fuerte tufo a tiroteo y a bota de generales. Siempre será preferible ser considerado aquí como individuo de "actitud combativa", porque en el otro extremo yace el sospechoso "elemento blandengue". En Cuba se libran a diario batallas que no reportan la más mínima ganancia, pero que dan fe del "heroísmo" y la "estirpe mambisa del pueblo". A cada paso es declarada una guerra, sea contra los mosquitos o contra los faltantes en las tiendas y almacenes estatales, donde, por cierto, esta contienda encuentra el incentivo de su eterna renovación, ya que el delito nunca cesa. Los "contingentes", las "columnas", las "brigadas", los "soldados" de la revolución, marchan incesantemente a ocupar sus puestos en "misiones de combate", sea contra un ciclón o en la excavación de túneles donde, de ser preciso (y posible), alguna vez quedará reconstruida la patria del hombre nuevo. Entretanto, el hombre digamos que viejo apenas dispone de un feo paisaje después de la batalla. Pero eso sí, dispuesto a "derramar hasta la última gota de sangre en pos de la victoria". Y convencido de que finalmente "vencerá". Para ello el Gobierno deposita en sus manos un arsenal de competencia, contenido en el nuevo catauro de expresiones cubanas.

"La palabra es la sombra de la acción", había declarado Demócrito. Luego Martí, consciente de que el motor que mueve el mundo es femenino, prefirió decir: "La palabra es la hembra de la acción". Hoy, en la Isla, habida cuenta la existencia de este nuevo catauro de expresiones cubanas, la palabra, antes que sombra y hembra de cualquier acción, parece ser el fuete de la lengua. Y qué otra arma podría resultar más efectiva que la lengua, que, aunque no tiene huesos, suele romperlos con gran facilidad.

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