www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
  Parte 1/5
 
Los Ángeles: El musgo que crece en sus traseros
En un mundo cuya constante es la velocidad del cambio, la Cuba de Fidel Castro es como el charco de agua estancada.
por DAVID LANDAU
 

En este mundo, cuya única constante es la velocidad del cambio, Cuba, bajo Fidel Castro, ha sido como un charco de agua estancada. Si uno sale del charco y decide regresar a él en un año, dos, diez, o quizás cincuenta, encontrará las cosas tal y como las dejó. Las personas envejecen, los objetos se rompen, los edificios se derrumban, el musgo crece —la "mismidad" impera.

Fidel Castro y García Márquez
En el mismo sofá: Fidel Castro y Gabriel García Márquez.

Gentes de otras latitudes desfilan hacia La Habana —física o espiritualmente— para escapar del cambio que arrebata sus vidas. Adoran la falta de embotellamientos. Respetan la ausencia de comercialismo. Disfrutan las playas, los habanos, los horizontes infinitos, y las preciosas, jovencísimas prostitutas a bajos precios que los hacen sentir jóvenes y preciosos a ellos mismos. Añoran los carros antiguos, que son también parte de su nostalgia: reliquias de los 50 que los mecánicos mantienen vivos usando La muerte de un viajante como manual de reparaciones. Aquí, en la Perla de las Antillas, como en el universo de Willy Looman, las cosas marchan "a base de sacar brillo y sonrisas".

Atrás quedó el entusiasmo de las guerrillas de antaño y de las zafras que nunca lograron impulsar la nueva economía. Ahora impera una atmósfera meditabunda, libre de distracciones cotidianas, punteada por el pulsar, ligero y sabroso, de una musiquita que lo permea todo. En el Malecón, la principal arteria habanera, casi puede sacarse una silla a las tres y media de la tarde y leer el periódico. ¡Y qué refrescante resulta eso después del ajetreo de Boston, Milán o Beijing, donde la impaciencia podría matarte! En La Habana nada, o casi nada, cambia. Hasta los cintillos de los periódicos, cada mañana, dicen más o menos lo mismo. He aquí el encabezamiento del Granma de un día cualquiera: "La mentira de Washington se desmorona ante la demoledora verdad de Cuba".

Claro: si eres súper serio podrías pensar que esa no es manera de conducir el periódico más importante de un país; pero entonces no estarías tomando las cosas con el espíritu que conviene tomarlas. Este tipo de retórica florida es, después de todo, uno de los principales productos de exportación cubanos. Y, ¿por qué debíamos esperar que cada periódico del mundo se elevara al nivel del New York Times? ¿No sería un razonamiento colonialista? Seguro: en Cuba las cosas son diferentes. Las costumbres son diferentes. La sociedad es diferente. Los atardeceres son diferentes. El tiempo es diferente. Las personas y las ideas son diferentes. Las nociones de libertad son diferentes. El único elemento que permanece igual es Fidel Castro —y Castro ha estado ahí durante un tiempo largo, muy largo. Como dirían en Japón para referirse a alguien que no se ha movido en largo tiempo: su culo debe estar criando musgo.

Algo curioso acerca de la "mismidad" de Cuba bajo Fidel es que ha producido un eco repetitivo en los Estados Unidos, donde, respecto a cualquier otro tema, las cosas han cambiado profundamente en el último medio siglo. Es como si a muchos americanos, mientras más miraran a Cuba, más se les antojara "lo mismo".

Tomemos, por ejemplo, el diario más representativo de los Estados Unidos. El 24 de febrero de 1957, la influyente edición dominical del New York Times publicó un importante reportaje al pie de su titular de primera página: Cuban Rebel Is Visited in Hideout ("Rebelde cubano nos recibe en su escondite"). El artículo comenzaba con estas palabras: "Fidel Castro, el líder rebelde de la juventud cubana, está vivo, y libra recias y exitosas batallas en la rugosa y casi impenetrable Sierra Maestra, en el extremo sur de la Isla".

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