El gran problema de Lagas fue su falta de simpatía por el comunismo que se entronizaba en la Isla, a cuyo nombre tuvo que soportar, a pocos días de Girón, cómo los militantes del Partido que se habían aliado a Batista en el pasado, iban copando puestos inmerecidos también en las fuerzas armadas, en la base aérea donde era capitán.
Si los jóvenes adoctrinados en un marxismo infecundo no conocen su nombre, es imposible que conozcan su libro Memorias de un capitán rebelde, publicado en Chile en 1964. Aquí da cuenta sobre cómo lo que en un principio se dijo que sería una democracia, de la noche a la mañana se convirtió en una dictadura con máscara proletaria. Y Lagas prueba su frustración con los discursos del propio líder del proceso, a quien describe "siempre rodeado de aduladores".
Pero, además de ser testigo de aquel drástico cambio que calificaría de gran traición, Lagas sufrió, en carne propia, la censura, esa hidra con muchas cabezas. Intentó publicar la primera versión de su libro, en el cual se ceñía —escribe— estrictamente a la verdad de los hechos históricos de Playa Girón.
Después de pasar por los "expertos" del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y los de la policía política (G-2), el documento "se vio reducido en dos terceras partes". Pero aún le faltaba el censor del Partido —entonces Aníbal Escalante—, que quería arrancarle otro trozo, porque todavía presentaba "lagunas políticas". Luego de un áspero intercambio de criterios, Lagas le espetó: "¿Qué sacamos, compañero Escalante, con decirle al mundo que aquí existe completa libertad de prensa, en circunstancias en que usted hace censurar todo lo que se dice, se piensa y se habla en este país? ¿Quiere acaso hacer la historia a su manera?".
Sin duda daba en el clavo. Como suele suceder, las peripecias de la censura ayudaron a enriquecer el libro, junto a los numerosos testimonios de lo que en Cuba ocurría y que negaban los principios en que se había educado el aviador. Finalmente, por su negativa expresa, por la vergüenza que significaba el esqueleto informe en que habían convertido su obra, el público natural al cual estaba destinada nunca la leyó.
Cuando Memorias de un capitán rebelde llegó a las manos del lector chileno, ya aquel hombre valiente, que se había brindado de manera absolutamente voluntaria a participar en los combates de Playa Girón, a volar los viejos B-26 que otros pilotos rehuían, había regresado a su patria, no sin antes enfrentar enormes obstáculos. La herida de Cuba nunca le cicatrizó, aunque murió amando, en su esposa y su hijo, a la tierra de las palmas y los sufrimientos. |