Con la irrupción del llamado Período Especial, una buena cantidad de aquellos miles de instructores de arte calificados —los encargados de poner en práctica las brillantes ideas del sesudo mayor— tuvieron que emigrar hacia zonas menos asfixiadas por la realidad. Algunos tuvieron la suerte de ser escogidos para oficiar de maleteros o barman y otros prefirieron el acosado cuentapropismo. La minoría que quedó pronto se resignaría a ser vista como los asalariados peor pagados del sistema cultural, y veía diluirse su esfuerzo en medio de la desatención estatal, las carencias de todo tipo y el hastío de los pobladores.

Aun cuando el agobiante palabreo del régimen se esfuerce en difundir que la cultura es lo primero que debe salvarse, la realidad demuestra todo lo contrario. En muchos casos, las sedes de las casas de cultura fueron montadas en antiguos liceos, clubes o centros exclusivos, notables por su arquitectura y fastuosidad.

Hoy, el estado de deterioro es creciente en la mayoría de ellas, sobre todo en las ubicadas en ciudades y pueblos del interior. Algunas están cerradas desde hace tiempo sin posibilidades de buscar sedes alternativas, y en otras hace rato que el inmueble que ocupaban fue destinado a otros usos.

Además, muchas de ellas pasan hoy por centro de convenciones o mero local de reuniones, dada la subutilización que padecen. En sus salones o pequeños escenarios se efectúan asambleas, mítines y reuniones de toda laya, por no mencionar las diversas celebraciones festivas que tienen lugar, desde cumpleaños hasta los aniversarios de la Asociación de Combatientes o de los innovadores.

Esas casas depauperadas y oscuras serán el centro de trabajo de los nuevos miles de instructores de arte que a partir del año próximo se integrarán a las "fuerzas laborales de la revolución" en su lucha por "sobrepasar a todas las naciones del planeta". Son adolescentes, en su mayoría sin vocación, que ya comienzan a mirar desencantados el día en que les toque partir hacia localidades remotas, lo mismo en las montañas que en el batey de un central desmontado, para llevar hasta allí el reciclado ideal de un arte para todos accesible.

En medio de la más feroz crisis económica, y justo en el momento en que el mundo entero da la espalda al castrismo por su intolerancia y ruindad, podría uno preguntar cuánto le cuesta al pueblo cubano continuar sosteniendo payasadas como esta.

Pero el castrismo nunca se detuvo a preguntar nada. Más bien sus respuestas fueron desde bien temprano la cárcel, el destierro, la mordaza o el paredón. Jamás el diálogo o la transparencia. No tendría por qué ceder ahora, cuando la cólera del caudillo amenaza con tronar más frecuentemente.