www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 2/2
 
Barcelona: A la carta
De La Bodeguita del Medio a Los Caracoles: afinidades y lejanías culinarias entre La Habana y la ciudad de Gaudí.
por MANUEL PEREIRA
 

Así que salí de allí tan pronto como entré, buscando un "paladar", para que al menos mis dólares quedaran en manos de particulares. Pero en aquellos días de mediados de febrero llevaban a cabo en La Habana una "redada antidroga". Mis antiguos vecinos me contaron que, con el pretexto de las drogas, la policía también estaba persiguiendo a los "cuentapropistas", de modo que casi no había paladares abiertos.

Como en una película de espías, un ex vecino me asignó un guía que nos condujo a mi mujer y a mí hasta uno de los pocos paladares que seguían funcionando por la zona. Nuestro guía nos pidió que camináramos a cierta distancia detrás de él. Subimos por la calle Obispo, siempre a unos ocho metros detrás del guía, quien miraba de vez en cuando hacia atrás, sigilosamente. Doblamos en una esquina, luego en otra, y tras recibir una señal, entramos en un local donde había langostas. Pero como soy alérgico a los mariscos, tampoco comimos allí.

Tanta cautela, todo ese secretismo para llegar a un apartamento cerrado a cal y canto, con ocho mesas apiñadas, y comerse un crustáceo en un país que es uno de los principales exportadores de esos decápodos, pudiera resultar incluso ridículamente divertido si no fuera porque ese clima de paranoia recurrente suele costar años de cárcel y grandes sufrimientos a familias enteras.

En La Bodeguita, como siempre, había un policía apostado cerca de la puerta, inevitable cancerbero ora de uniforme, ora vestido de paisano. En Los Caracoles nunca he visto nada parecido. En La Bodeguita, si no tienes dólares, no puedes entrar. En Los Caracoles jamás me han preguntado con qué moneda voy a pagar. Pero incluso esas diferencias hacen que siempre que voy a Los Caracoles me acuerde de mi Bodeguita, hoy tan distinta y tan distante.

Y mientras contemplo los jamones y las ristras de ajos, de cebollas y de guindas que cuelgan de las vigas, me acuerdo del taburete que cuelga de las vigas al fondo de La Bodeguita. Cuelga boca abajo esperando a aquel periodista fundacional (Leandro García) que murió en un viaje a España. Cuelga tachonado como un cofre encima de quince comensales, igual que en la canción de los piratas de Stevenson: "quince marineros sobre el cofre del muerto; yu-ju-ju, y una botella de ron".

Otra vez la botella de Bacardí con la etiqueta del murciélago. El taburete del muerto colgando de las vigas es un remedo del murciélago de Wifredo Lam, y mientras miro los caracoles esculpidos en los pasamanos de las escaleras y los panes enroscados en forma de caracoles que acaban de traer a mi mesa, francamente ya no sé a cuál de los dos lugares pertenezco, ni en cuál de los dos lugares estoy, si en Los Caracoles o en La Bodeguita del Medio.

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