www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/2
 
La Habana: Estertores de un coloso
El central Urbano Noris, probablemente la mayor fábrica de azúcar en sus tiempos de oro, agoniza en un olvido inclemente.
por ORIOL PUERTAS/JAIRO RíOS
 

En San Germán, antiquísimo pueblo azucarero del oriente cubano, parece que la vida se detuvo. Situado a menos de 40 kilómetros de la capital provincial, Holguín, el batey del central bautizado como Urbano Noris luego de 1959, se conoce como el mayor macizo cañero del este del país. Aunque su situación es ahora un tanto menos desventajosa que la sufrida por otras localidades similares —logró salir ilesa de la última ola desmanteladora de fábricas de azúcar emprendida por el gobierno cubano—, los hombres y mujeres que la habitan se sienten sumidos en la desesperanza y el deterioro paulatino de la vida.

Central Urbano Noris
Central Urbano Noris: ¿lo que un día fue no será?

Raudel, de 22 años, es un ejemplo de ello. Trabajaba en el central y fue dejado cesante. "Con la nueva reestructuración me lanzaron a las aulas", dice resignado. Su caso es el de miles de obreros del sector que de la noche a la mañana perdieron sus tradicionales puestos de labor. Unos pasaron a retiro con sueldo íntegro, aunque nadie les preguntó si deseaban jubilarse, mientras la mayoría tomaba el camino de la superación escolar, igual sin perder un centavo de salario.

Una buena parte de ellos se empeñan en alcanzar el noveno grado, pero sólo a un pequeño grupo le interesa obtener el título de bachiller. "Esto es lo que sé hacer y si el oficio que ejercíamos, incluso por herencia familiar, no vale, de qué serviría tener el doce grado o aspirar a la universidad", dice Raudel mirándose las manos rudas y con cicatrices. "La calle está llena de candongueros con título", agrega.

No obstante, algunos ven bien el hecho de poder abandonar puestos de trabajo tan inseguros en talleres que llevan casi 80 años de construidos. Los accidentes son frecuentes, aunque las cifras de lesionados y fallecidos no se divulga. Ante tantos ocultamientos propios de la prensa en un régimen totalitario, basta con mirar el rostro curtido de los obreros que aún continúan en el ingenio: los más jóvenes parecen tener cincuenta años y al resto igual, se le nota la angustia en la mirada.

"También me jodieron el negocio, la búsqueda", dice Raudel bajando la voz. Con lo que lograba sacar escondido del taller —piezas, combustible, aceites que luego vendía a buen precio— podía sufragar los gastos de la casa y la familia. Otros dentro de la industria vivían de hacer "chivos", como le llaman a la forma de realizar trabajos extras para el mercado negro con materiales y herramientas estatales en horario laboral. Estos "chivos" lo mismo pueden ser la soldadura, tornería y troquelado de piezas, que la fabricación de cocinas criollas o artesanales.

Quince años atrás, laborar en un central significaba tener un sueldo básico digno y la posibilidad de obtener bonos para comprar ropa y equipos electrodomésticos. Además, ofrecían viajes de estímulo dentro de la Isla, a los mismos lugares donde ahora ningún cubano puede entrar, ni aunque pague en dólares. Hoy, realizar igual trabajo requiere de mucho coraje. "Muchas veces tenía que doblar turnos de ocho horas porque el relevo nunca llegaba o llegaba tarde o borracho", comenta Raudel.

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