www.cubaencuentro.com Viernes, 23 de abril de 2004

 
   
 
La Habana: Los tres negritos
Disparos contra la piedad: ¿El último recurso del régimen?
por JUAN GONZáLEZ FEBLES
 

Hace un año fusilaron de madrugada a los tres negritos de La Habana: Bárbaro Leodán Sevilla García, Lorenzo Enrique Copello Castillo y Jorge Luis Martínez Isaac, de edades comprendidas entre 22 y 42 años.

Familiares de Copello
Familiares de Copello Castillo: el rostro de la tragedia.

Ellos vivían en humildes casas de vecindad o solares. Eran jóvenes, negros y pobres, alegres y jactanciosos. El juicio que les condenó fue rápido e irregular, la sentencia irreversible. Hubo toda la mala suerte del mundo y faltó la compasión.

El barrio les cantó su canción funeral, en clave de miseria, con el repique sordo y triste de tambores. Las madres salieron a protestar y los santeros colocaron los retratos de Fidel Castro cabeza abajo. Los que se animaron a salir y ganaron la calle, lanzaron piedras contra los comercios y gritaron: "Acábate de ir, acábate de morir", en clara referencia al jefe de Estado que no tuvo piedad.

La policía cerró y acordonó el tramo de la calle Jesús Peregrino, en Centro Habana, donde residía la familia de uno de los fusilados. Para transitarlo, fue necesario ser vecino del lugar o familiar cercano de algún residente de la cuadra.

De nada sirvieron la súplica papal desde Roma, las plegarias elevadas desde las iglesias o las ceremonias humildes de los santeros, con el "tam tam" de sus tambores y la tristeza salmódica de sus cantos. Se impuso la muerte sin amor y sin patria.

Desde todos los ángulos de la política se halló abominable el crimen. La izquierda otrora complaciente, el centro y la derecha lo condenaron. El señor Felipe Pérez Roque, ministro de Relaciones Exteriores, se adelantó para justificarlo. El sacrificio de los tres jóvenes fue necesario, según él, "para evitar una confrontación con Estados Unidos". Luego concluyó que "se orquestaba una provocación en la forma de un éxodo masivo".

Para el señor ministro, su mega-enemigo del Norte consiguió alzarse con los barrios marginales de La Habana. El guaguancó, el rap, la salsa y la alegría desbordada de los negros engrosó una supuesta nómina habanera de la execrada CIA de Langley. Los así "reclutados" sólo esperan el momento adecuado para "orquestar" provocaciones contra el pobre, anciano, cruel y exhausto gobierno vitalicio de la Isla.

Pero más allá de toda consideración, la muerte de los tres negritos de La Habana evidencia el desgaste de los valores, los presupuestos éticos y la base moral de sustentación del régimen cubano.

Luego del fallido asalto a dos cuarteles del Ejército de la república, el 26 de julio de 1953, los responsables y participantes en estos hechos se beneficiaron de una exitosa campaña de perdón y amnistía. En menos de 18 meses, todos fueron excarcelados. Así quedaron demostradas sus habilidades para pedir, negociar y lograr el perdón. Ahora, desde el poder, ponen sobre el tapete su patética falta de compasión, valor y grandeza para concederlo.

Por todo eso, sólo queda pedir que descansen en paz los tres negritos de La Habana. A salvo ya de policías interesados en ver sus documentos y cachearlos ofensivamente en la vía pública, o de turistas ansiosas por conocer la Isla desde la sensualidad vigorosa de su raza.

Para ellos se acabó la "lucha", el afán por alcanzar la libertad y la felicidad, más allá del mar y las "leyes injustas", en travesías inciertas. Terminó el sobresalto asociado con bastones de policía y espacios segregados para turistas.

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