Lo que puede inducir a algunos a errar acerca de nuestras intenciones suicidas, aparte de los miles que se lanzan al mar, en fuga del paraíso comunista, es la tendencia tremebunda y melodramática que tenemos, resultado de la herencia hispánica, de relacionar nuestras pasiones con la muerte.
Así, hemos acuñado frases como "primero muertos que desprestigiados" o "mía o de nadie", "la mato antes que sea de otro". En realidad, la muerte a puñaladas del personaje de Leonardo Gamboa a manos de José Dolores Pimienta, para evitar su boda conCecilia Valdés, en la novela homónima, es sólo literatura decimonónica.
A los cubanos la honra les es muy cara y la mantenemos a toda costa, pero agotamos todos los recursos antes de morir por ella. Y aunque es cierto que en los últimos años el índice de suicidio en la Isla ha aumentado —con cifras alarmantes—, en mucho tiempo el episodio del suicidio de Eduardo Chibás (líder del Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo) ante los micrófonos de la radio nacional, fue una excepción en nuestra historia.
Recientemente, Fidel Castro afirmó que los objetivos de su vida estaban cumplidos y proclamó su decisión de "morir peleando en defensa de la revolución" si era preciso.
Afortunados los mortales que logran ver cumplidas sus aspiraciones en su breve paso por la vida. Los envidio. Los míos, en las actuales circunstancias cubanas, distan años luz de verse realizados. Algunos, por ejemplo, son: vivir sin el temor de la policía política y sus delatores escuchando tras la puerta o el teléfono; ver libres a Raúl Rivero, Ricardo González y mis demás colegas encarcelados; poder publicar mis artículos periodísticos en la prensa cubana; votar algún día por primera vez en unas elecciones libres; ver a mi pueblo feliz, próspero, digno y con una sola moral.
Me faltan estas cosas e infinitamente muchas más. Por tanto, "de la muerte no tengo interés en saber nada", como cantaba Pablo Milanés cuando tenía 22 años, mucho antes de escribir aquello de "será mejor hundirnos en el mar que antes traicionar la gloria que se ha vivido". No sé si el autor de Yolanda sigue siendo de los prestos a inmolarse, en mi caso no traiciono nada.
Prefiero no morir hasta que no me toque mi cuarto de hora, y espero que el momento de mi muerte no sea decretado por Castro, Chávez u otro similar, excepto Dios.
Como no soy musulmán, es harto improbable que me espere siquiera una hurí en algún Edén. Si así fuera —que hay todo tipo de seres humanos y divinos— que se arme de paciencia, no tengo prisa para partir. |