www.cubaencuentro.com Jueves, 08 de julio de 2004

 
   
 
Barcelona: Farmacias
En La Habana, las boticas antiguas son sólo reliquias de la memoria; en la Ciudad Condal, forman parte de la cotidianidad.
por MANUEL PEREIRA
 

El mejor amigo de mi padre era un boticario. En el mostrador de su botica aprendí a jugar ajedrez con su hijo. La farmacia del doctor Aquilino Losada, La Caridad, estaba en la esquina de Tejadillo y Compostela. Hace años desapareció, como tantas otras droguerías habaneras cerradas o desangeladas, por ejemplo, la Botica de Oliva, que estaba al pie de la Loma del Ángel, la Farmacia Johnson, en Obispo, o la de la Manzana de Gómez con su fascinante pecera.

Bolos
Barcelona: Farmacia Bolos.

En busca de esas farmacias perdidas, creo haber recorrido todas las boticas de la Ciudad Condal. Entro en ellas no porque esté enfermo, sino para admirar la belleza de estos establecimientos. Entro para contemplar los frascos de época, los pomos de porcelana, las orzas vidriadas e ilustradas con diversos motivos decorativos, el raro instrumental, este almirez de bronce con su mortero, aquella balanza antigua. Muchas veces he comprado aspirinas sin necesitarlas, sólo como un pretexto para poder regodearme un rato más en medio de tanta pulcritud.

Me encanta entrar en la farmacia Bolós, en el número 77 de Rambla de Catalunya, porque entrar allí es como adentrarse en un bosque encantado. La vidriera art nouveau es un árbol desplegando su innumerable lenguaje vegetal. Cerca está la farmacia Sanchís, en Rambla de Catalunya con Roselló.

Basta ver su profusión de artesonados para que a uno se le quite el resfriado o el dolor de muelas. La estética también se convierte en terapia en la fachada de azulejos de la farmacia del Carmen, que está en el número 84 de la calle del mismo nombre. Hay muchas más farmacias antiguas: en la plaza de la Llana está la de Joaquín Cases, y en la calle San Pere Mes Baix la botica Fonoll… y así sucesivamente, he ido frecuentándolas todas, sin haber notado jamás que ninguna sea objeto de visitas guiadas de personalidades extranjeras. Ninguna de estas joyas sale en los periódicos. Simplemente forman parte de la cotidianidad.

Reliquias de la memoria

Las boticas habaneras de finales de los cincuenta no tenían nada que envidiar a las de Barcelona, ni en belleza, ni en limpieza, ni en surtido, ni en buen trato. Hoy todas son reliquias de la memoria. Hace un año, cuando visité La Habana, oí hablar maravillas de la rehabilitación de la farmacia Taquechel. Enseguida fui a la calle Obispo, frente a lo que era el Ministerio de Educación. Al entrar allí, me acordé de cuando llevaron a Oscar Wilde a ver las Cataratas del Niágara. Le preguntaron si no le parecía un espectáculo maravilloso. A lo que contestó: "Lo maravilloso sería que el agua no cayera".

Farmacia
La Habana: Farmacia Taquechel.

Lo maravilloso sería que Taquechel nunca hubiera caído en el olvido. Lo maravilloso sería que en La Habana las farmacias cumplieran cien años o más sin haber cerrado jamás sus puertas. Muchas veces fui de la mano de mi madre a esa botica cuyo nombre me hechizaba porque me hacía pensar en telégrafos aunque aún sigo sin saber por qué.

Ahora están allí de nuevo los anaqueles de maderas preciosas, la exquisita colección de recipientes antiguos, todo ha sido minuciosamente restaurado. Pero todo huele inevitablemente a mausoleo. Según me dijeron luego, allí los medicamentos sólo pueden adquirirse en dólares. Mi madre pagaba allí lo mismo con dólares que con pesos cubanos, porque en la época de Batista la paridad entre ambas monedas era de uno por uno.

¿Para qué se bruñe esta farmacia? ¿De qué sirve tanta belleza? ¿Para que el pueblo sólo la mire y no la toque como si estuviera en un museo? Al igual que la Bodeguita del Medio, Taquechel forma parte esencial de la geografía espiritual de ese barrio de la Habana Vieja. Limitar el acceso a los que tienen dólares es como amputarle una parte del alma al vecindario.

Por lo demás, en La Habana se restituye una farmacia y hay que tirar cohetes, la noticia se multiplica en la prensa, se organizan visitas guiadas para turistas, mandatarios o famosos escritores extranjeros, se arma una alharaca digna del descubrimiento del tesoro de Tutankamón. Allí donde la regla es el desastre, la más mínima antigüedad rescatada se traduce en egiptología. Lo normal sólo puede convertirse en asombroso allí donde lo anormal es la norma. En Barcelona hay un montón de farmacias antiguas y nadie hace tanto alarde de ello. Están ahí, funcionan normalmente, como manda Dios. Sin colas. Sin que comprar una aspirina constituya una odisea.

Eso es lo que tiene que suceder en una ciudad civilizada y normal, sin cataratas del Niágara.

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