www.cubaencuentro.com Miércoles, 14 de julio de 2004

 
  Parte 1/2
 
Los Ángeles: Adiós a Ronald Reagan
El velorio de Simi Valley: Una vindicación de la sabiduría política del ex presidente norteamericano.
por NéSTOR DíAZ DE VILLEGAS
 

Tomando la carretera 118 con rumbo a Simi Valley, el paisaje del sur de California imita los tintes del technicolor: mogotes pedregosos y pastizales cobrizos, como salidos de una película de vaqueros. La grisalla de junio —el famoso June gloom— opaca en esta época del año los cielos de Los Ángeles. La roca viva queda inmersa en las espesas brumas del oeste. Después de trasponer la línea divisoria de Ventura County se llega a Moorpark College, donde la gente que vino a dar el último adiós a Ronald Wilson Reagan —el cuadragésimo presidente de Estados Unidos de América— espera en cola para ser transportada otras cuatro o cinco millas, cuesta arriba, hasta la Biblioteca Presidencial.

Gorbachev
Ex presidente soviético Gorbachov. Funerales de Reagan.

La prensa nos hizo creer que el presidente Reagan, impopular entre los medios liberales, lo era también entre la gente común. Pero el espectáculo del estacionamiento de Moorpark, donde la turba abigarrada de los dolientes espera su turno para montar el ómnibus, ofrece un panorama diferente. Punk rockers de varias denominaciones; un regimiento de Boys Scouts; viejas vestidas a la manera de Liberace, con la bandera de lentejuelas bordada en la espalda; ejecutivos del downtown, una mujer negra con cinco muchachos en un cochecito, dos "locas" filipinas tomadas de las manos, una familia nica y un grupo de rusos que vinieron a dar las gracias… Desde el duelo popular por la muerte de John Lennon, hace un cuarto de siglo, en América no se había visto nada parecido. Situados antaño en extremos opuestos del favor mediático, estos dos ídolos comparten ahora la adoración caprichosa de las multitudes.

Existen tantas y tan variadas opiniones en la América actual, que los récords de asistencia a un evento masivo no deberían engañarnos. Detrás de mí había una pareja de americanos (ella chofer de autobús escolar, él bombero) que lamentaban la acelerada depauperación de los barrios donde habían crecido. Hablaron sobre los errores de la beneficencia pública y de la decadencia de las costumbres —para luego comentar, horrorizados, que el gobernador Schwarzenegger era miembro del partido nazi. La popularidad o la impopularidad —como tantos otros temas políticos— dependen hoy de un rumor, de una bola que corre en las colas. Reagan, sencillamente, ha caído otra vez en la lengua de la chusma, pero esta vez ha corrido con suerte.

La misma suerte caprichosa corren las palabras. No olvidemos que fue Reagan quien acuñó la frase ''el imperio del mal'' para referirse a los soviéticos, que en la década de los ochenta eran nuestros enemigos mortales. Afortunadamente, ese imperio maligno se desmoronó ante la avanzada ideológica del viejo cowboy, a quien a veces había que soplarle en el oído (We're doing all we can…) el bocadillo que le tocaba decir en una rueda de prensa. La inhabilidad (e incluso la escandalosa incapacidad) del líder que nos alertó sobre la naturaleza de "el mal", no fue obstáculo para derrotar, realmente, a los malvados —en Managua o en Moscú—, ni para demostrar la pertinencia de sus categorías. A Bush, sin embargo, se le ha acusado de echar mano de la teología barata, cuando habla en los mismos términos, refiriéndose al fundamentalismo árabe. "El gran comunicador" tenía el don, dígase lo que se diga, de insuflar realidad a sus palabras.

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