www.cubaencuentro.com Miércoles, 14 de julio de 2004

 
  Parte 1/2
 
Barcelona: Dos catedrales
Aunque de estilos diferentes, los principales templos católicos de La Habana y la Ciudad Condal comparten un destino y un misterio.
por MANUEL PEREIRA
 

La Catedral de aquí no se parece en nada a la de La Habana. Esta es gótica, la de allá es barroca. Si en algo se asemejan es en sus incongruencias: la de aquí es sólo gótica en su ábside, toda la fachada es apócrifa. La nuestra es sólo barroca por fuera, por dentro es más bien neoclásica.

Barcelona
Catedral de Barcelona.

Aparte de eso, los dos templos comparten un destino y un misterio. El destino es que ambos son centros de gravedad turísticos. En la plaza de la Catedral de aquí abundan las boutiques, las mesitas al aire libre con sombrillas, hoteles y museos, pero no hay mujeres disfrazadas de mulatas de rumbo vendiendo besos a un dólar como las que vi en nuestra Catedral el año pasado.

Me paseaba yo por allí cuando de pronto una de esas Cecilias Valdéses, con su larga bata llena de vuelos, me cogió del brazo: "Un beso por un dólar, mi amol…", dijo creyendo que yo era extranjero. Cuando me eché a reír y le expliqué que era nacido y criado en ese barrio, se alejó de mí como de un apestado.

Toda esa mojiganga que han montado alrededor de la Catedral me produjo no poca vergüenza ajena. La negra sedente que carga a un perrito con gafas también cobra un dólar por cada fotografía que le hacen. Y es falsa. La santera que fuma tabaco y tira los caracoles en la acera, también cobra y es otra falsificación. En la Habana Vieja nunca hubo santeras realizando consultas espirituales en medio de la calle.

Cuando yo era niño (años 1957-58-59), el barrio de la Catedral estaba repleto de americanos —no los cuatro gatos que hoy se alojan en el Hotel Santa Isabel de la calle Baratillo— y, sin embargo, allí había una sola tienda para turistas. Se entraba por la puerta trasera de la Casa del Marqués de Arcos (donde más tarde estuvo el Taller Experimental de Gráfica); allí vendían maracas, cocodrilos disecados, zapatos y carteras de piel de caimán, pero jamás vi nada ni remotamente parecido al show que hoy montan en ese lugar.

La Catedral de aquí también está turisteada. Pero no hay nadie disfrazado de Tirant lo Blanc, ninguna mujer se pasea engalanada como la doncella Placerdemivida o como la dama de la corte Estefanía abordando a los turistas. No veo trovadores ni pajes ni bufones asomados en los campanarios o saltando entre los contrafuertes de la iglesia. No veo señores vestidos de alquimistas ni ancianas ataviadas como las brujas vendedoras de vientos que existieron aquí hasta principios del siglo XIX. El turismo no tiene que desembocar en farsa ni en atrezo. No sólo porque es un insulto para la inteligencia de los anfitriones, sino también para la de los huéspedes.

El misterio

¿Y el misterio? ¿Cuál es el misterio que comparten estas dos catedrales? Cada vez que entro en la de Barcelona, voy directamente a la capilla que está a mano derecha, donde se venera la imagen del Cristo de Lepanto. Se trata de una talla que estuvo colocada en el mástil del buque insignia de don Juan de Austria, durante la famosa batalla de Lepanto en la que Cervantes se quedó "manco".

La escultura presenta una curva originaria del tronco del árbol en la que fue tallada. Es como si Cristo hubiera hecho un esguince con el torso para evitar el impacto de un cañonazo turco. De hecho, la leyenda afirma que la estatua se torció como una "S" durante el combate naval.

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