www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de septiembre de 2004

 
   
 
La Habana: Lamento negro
por JAIRO RíOS
 

La vida de Louise Trootman Thompson estuvo siempre plagada de azares. Hija de un pastor metodista de las afueras de Kingston, Jamaica, llegó a Cuba despuntando el siglo XX, en una de las tantas oleadas de inmigrantes antillanos que buscaban fortuna en la Isla más próspera del Caribe. Qué tiempos aquellos, le gustaba repetir cuando ya los ojos no le alcanzaban para ver, ni la lucidez para entender.

Jamaica
Jamaica (Rosalind Trimble Baile).

No pensó quedarse tanto tiempo, pero el inusitado florecimiento de la economía cubana tras las guerras europeas hizo a muchos cambiar de opinión. Se podía encontrar trabajo en cualquier rincón del país, dada su condición bilingüe y sus deseos de avanzar en la vida. Sin embargo, jamás creyó que sus restos reposarían eternamente en suelo extraño. Hasta una familia hizo, con biznietos y choznos. Y mire usted, tan cerca estaba su Jamaica y, sin embargo, cuán difícil se hizo después el retorno.

Al morir, hace sólo unos meses, nonagenaria y gastada por las penurias del presente en ruinas, todavía conservaba su linaje. Mantenía costumbres a la inglesa, aprendidas desde la infancia, a pesar de que el roce con los cubanos la había convertido en una suerte de tatarabuela londinense —sombrero de flores y guantes de seda incluidos— con aspecto de costurera camagüeyana. Aun así, desclasada y desfasada, su orgullo, su amor por Jamaica y su cultura, y la nostalgia por los campos de cacao de su Saint Mary natal parecían intactos.

La verdad es que todo ha cambiado, "quién me lo iba a decir", se preguntaba, mientras hijos y nietos intentaban sacarle algún vocablo nuevo de su inglés depurado, para ir preparándose de cara al futuro.

"Ya yo estoy un poco mayor —dice su hija—, pero quisiera que mis nietos puedan crecer en un sitio de libertad donde se pueda trabajar y disfrutar de lo que se gana uno honradamente. Ese es el principal ejemplo que nos dejó mamá, el de luchar por mejorar más y más, sin dejar de pertenecer a un idioma, a una cultura, no importa donde sea".

Comenta que ahora se enfrasca en una búsqueda por Internet, gracias a manos amigas, para intentar recuperar los lazos con los familiares que quedan en Jamaica y en otras islas antillanas, como Saint Kitts.

Para Louise no fue fácil adaptarse al vendaval que a partir de 1959 le cambió su destino. Perdió los lazos con sus allegados en el Caribe y Estados Unidos. Por primera vez sintió el tufo del fracaso y supo que echaban por la borda todo cuanto había conseguido con su esfuerzo. No concebía el odio, no había lugar para eso en su corazón. No se dejó tentar por la fonética de la palabra armada, por la retórica del insulto que se puso de moda. Siempre fue coherente con el civismo y el respeto a la individualidad que aprendió desde niña.

Pero ya no tenía fuerza para abandonar el pedacito de mundo que habitaba. Se dejó llevar y el tiempo la premió con una longevidad apacible. La memoria la mantenía en pie y todavía rumiaba un viejo gospel matinal como quien salmodia bienaventuranzas. Una vez llegó a decir que articular todavía el inglés de sus abuelos era como volver a cruzar el mar y musitar el canto negro del regreso.

Sólo instantes antes de morir pidió clemencia a Dios y en la niebla de sus ojos había un fulgor apenas perceptible.

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