www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de septiembre de 2004

 
   
 
La Habana: Testimonio sin consuelo
por ANA JULIA RIVERO
 

"Te juro que te contaré todo sin ninguna esperanza. Hace muchos años que no sé nada de esa palabra", fue la primera expresión de Ángela Morales cuando le pedí que me hablara sobre su hijo, Marcos Hernández Morales, un joven de 28 años que lleva más de 15 adicto a las drogas.

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Con la mano derecha corrige algunos pelos sueltos en su cabeza, respira profundo, buscando una resignación aún sin alcanzar. Comienza por el principio del dolor cuando su hijo era un adolescente y la casa que habitan, en un pueblo de Pinar del Río, era un hogar, y no una barraca donde sólo hay una silla maltrecha para sentarse.

"No creo que haya sido una malacrianza de parte nuestra. En esta casa siempre hemos sido pobres, pero tratamos de que Marcos y Elena, mi otra hija, crecieran en las mejores condiciones. Su papá es contador y yo enfermera, y con lo poco que ganábamos, los dos iban a la escuela, comían y vestían decentemente. Nunca vieron problemas, ni violencia ni ninguna de esas cosas que dicen ahora que son las que provocan la drogadicción. Mi hijo llegó a la secundaria como los demás.

"Recuerdo que en su primera escuela al campo, un domingo de visitas de padres, yo le hablaba y no me miraba, era como si no estuviera allí con su padre y conmigo. Me llamó la atención, pero pensé que estaba inadaptado, llevaba más de un mes sin ir a la casa, limpiando platanales con un azadón más alto que él, durmiendo en colchones rellenos con hierba, con mil necesidades en aquel lugar perdido.

"Pero cuando regresó, a menudo estaba en las mismas condiciones. Yo le preguntaba qué le pasaba y me respondía que nada. Poco a poco me preocupé más, lo llevé al psicólogo, le hicieron pruebas psicométricas, chequeos médicos… Sólo salió a la luz una alteración bronquial, que asocié con un principio asmático porque a menudo tosía, sobre todo en las noches.

"Pero las madres no tenemos descanso, algo me decía que las cosas no andaban bien. Me llamaron de la escuela, Marcos no iba a clases y cada día estaba más irritable. Otra vez su papá y yo conversamos con él por gusto. Nos negó todo, nos dijo que en clases se escapaba al río, pero no mencionó la otra parte de la historia que no tardé en descubrir.

"Una tarde pedí permiso en el hospital y lo seguí desde que salió de la casa. A partir de ahí comencé a descubrir la verdad, mi hijo fumaba marihuana todos los días, olía poliespuma disuelta en gasolina, tomaba té de flor de campana, pastillas (parkinsonil, amitriptilina…) ligadas con bebidas alcohólicas, y no sé cuántas cosas más que lo fueron convirtiendo en adicto a las drogas.

"Me volví loca, tuve todas las reacciones típicas ante un caso como este. Lo presioné, incluso hice algo que nunca antes me pasó por la cabeza, le pegué. Después, traté de entenderlo, de darle confianza, pero ya no podía con aquello, era más fuerte que él. Comienza entonces mi segunda desesperación, buscar ayuda para desintoxicarlo.

"Desgraciadamente, me tocó un momento muy duro, hace poco tiempo que Cuba admite tener personas adictas a las drogas. Cuando mi hijo empezó, decir algo semejante era terrible. En el mismo hospital donde trabajaba pedí ayuda con mucho miedo, tenía terror de que lo fueran a coger preso, pero no había maneras para desintoxicarlo. Fui a La Habana, sabía de clínicas para extranjeros y pensé que Marcos podía entrar en una y terminar con esta pesadilla, pero yo no podía pagar en dólares, además, admitir a un cubano era asumir la drogadicción en el país. Te hablo de los años noventa.

"Desde entonces mi hijo ha estado preso más de siete veces, la primera fue para aislarlo de la droga, pero sucede que dentro de la cárcel hay tanta marihuana y otras como en la calle. Salió peor. Vino como un delincuente, me robaba todo de la casa, poco a poco nos quedamos sin nada, vendía los muebles, las ropas, el televisor… Nadie me escuchaba, monté guardia en el partido para hablar con el primer secretario, estuve tres días esperándolo, después de mucho rogar me atendió. Al final me remitió con salud pública. "En el mismo hospital donde trabajaba ingresaron a Marcos como paciente psiquiátrico, un día que yo no estaba le dieron los primeros electroshocks. Tú sabes lo que significa hacerle eso a una persona que no lo necesita, me lo volvieron loco.

"Todo esto fue acabando con mi familia, en la casa nos convertimos en extraños, es un desastre. Mi esposo dejó el trabajo, yo también. Antes me botaron del partido, porque fui militante, pero los militantes no pueden tener hijos con problemas. A pesar de que ya no tiene sentido, todavía sigo insistiendo para que ayuden a desintoxicarlo. Ahora la respuesta que recibo es que el caso de Marcos Hernández Morales no es de toxicomanía, sino de psiquiatría.

"Nunca admitieron que mi hijo no era un delincuente para estar preso, un paciente psiquiátrico para tenerlo sedado con tratamientos severos. Él sólo era drogadicto, aunque al país le pesara demasiado".

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