www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de septiembre de 2004

 
  Parte 1/2
 
La Habana: El viacrucis del chino Jam
Expropiado, solitario y empobrecido; esperando ver pasar el ataud de sus deudores.
por JOSé H. FERNáNDEZ
 

Corto es el camino que va del miedo al odio. Joaquín Jam afirma que por ese camino suelen dar los hombres sus peores tropezones. Y es vedad si él lo dice. Nadie mejor para hablar de odios y temores que este viejo habanero de Cantón, luego de vivir como ha vivido los últimos 45 años de su vía crucis en la Isla.

Chino
Cementerio chino de La Habana.

El primer gran motivo para aterrorizarse y para odiar no lo halló en aquellos océanos oscuros, inciertos, infinitos que, siendo un niño apenas, se interpusieron entre él y su familia, entre él y todo el mundo conocido, imaginado incluso.

Tampoco le atemorizaron particularmente, ni ensombrecieron su bondad, los tratos abusivos, el hambre, el desabrigo de que fuera víctima durante los primeros tiempos de su estancia en Cuba.

Al igual que otros cientos de miles de chinos que arribaron a esta isla en los albores del siglo XX, Joaquín no venía a buscar sino la simple oportunidad de asegurarse, a fuerza de trabajo y privaciones, un lugar en la escala de los seres humanos. Tal vez por eso nada le asustaba, nada lo detuvo.

El miedo, lo que se dice miedo al porvenir, llegaría a conocerlo sólo mucho más tarde, en los sesenta, cuando, al expropiarle su bodega, fruto del sacrificio de toda una vida, el Gobierno Revolucionario lo dejó en las mismas condiciones en las que había desembarcado cuarenta años atrás.

Mas ni aun en tales circunstancias, confiesa Joaquín Jam, se sintió capaz de odiar.

En el camino

No obstante la avanzada edad (duda si acaba de cumplir 87 ó 97 años), Joaquín puede recrear todavía al detalle las primeras horas de su arribo a La Habana.

Se recuerda niño —con 13 años, aunque dijo a las autoridades que tenía 23— hacinado en Triscornia, campamento donde lo internaron para someterlo a rigurosa cuarentena. Se ve marcando en una lista, al azar, cierto nombre hispano que en lo sucesivo será el suyo, por más que no sepa pronunciarlo, ni leerlo, ni escribirlo.

Muy pronto lo echarán al camino, "como un saco de huesos con cabeza". Y así comienza a andar, guiándose no más que por aquel axioma que bebiera en el seno materno: el hombre tiene que afilarse en sí mismo como se afila el cuchillo en el pedernal.

Los oficios más duros, los menos apropiados para su fisonomía de niño enclenque, con las jornadas más largas y peor remuneradas, cubiertos sin un solo día de descanso durante decenios, le permitirán ahorrar, centavo a centavo, un capital imprescindible para procurarse el sostén de forma más segura y menos dependiente.

Joaquín exprime la memoria y aún consigue verse, en la década de los años treinta, vendiendo hortalizas en una carretilla por las calles del pueblo habanero de Batabanó. Era su primer negocio propio.

Con el paso de los meses y los años, la carretilla deviene timbiriche. El timbiriche ensanchará sus arcas para el comercio de frutas. Y éste, a la vez, le propicia la adquisición de una tarima para vender pescado fresco en la Plaza de Cuatro Caminos. Consciente de que la gran oportunidad no viene si la pequeña no va, Joaquín Jam sigue ahorrando, centavo a centavo, hasta lograr la compra de una bodega en el barrio de Buena Vista.

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