www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de septiembre de 2004

 
  Parte 1/3
 
¿Tierra de tránsito?
Como en los años sesenta, República Dominicana retoma su condición de 'país puente' para muchos cubanos que hoy huyen de la Isla.
por LUIS GONZáLEZ RUISáNCHEZ, Santo Domingo
 

República Dominicana, igualada a Cuba por caribeña e insular, comienza a retomar su condición de "tierra de tránsito", elegida por los cubanos que huyen de la Isla en busca del camino más certero hacia tierras estadounidenses.

Balseros
Balseros cubanos: remar hacia no importa dónde.

A partir de los años sesenta del pasado siglo, la emigración cubana hizo habitual su tránsito por República Dominicana como escalón para llegar a Estados Unidos, y más cerca aún, a Puerto Rico, separado de este país por aproximadamente una hora de vuelo.

Pocos fueron los cubanos que decidieron establecerse entonces en tierra dominicana, aunque en ella todavía pervive una generación "aplatanada" que encontró ciertas apariencias geográficas, sociales y climáticas evocadoras de su tierra natal.

Florecieron por esa época negocios sólidos que representaron a la comunidad cubana asentada en Santo Domingo y otras ciudades del interior. Tiendas como Musicalia, la mayor empresa minorista y mayorista de distribución de discos (otrora también productora), panaderías y reposterías como La Francesa o Carmel, firmas como Óptica López, cuyos dueños poseen además emisoras de radio y televisión, cafeterías especializadas en productos españoles y sandwichs cubanos como La Esquina de Tejas; compañías como Santo Domingo Motors, de Amadeo Barletta, y hasta la mano sacarosa del emporio que dirige el Central La Romana, el de mayor producción de azúcar en el mundo, con un capital superior a los 800.000 millones de dólares.

Todo ello se debió a esa primera oleada de emigrantes cubanos postrevolución, que redescubrieron en República Dominicana virtudes que llenaban sus corazones y sus bolsillos.

Ya en la década del setenta, la ciudad de Quisqueya comenzó a ostentar la condición de "trampolín" de muchos cubanos exiliados que salían de la Isla en busca de la "tierra prometida": Miami.

Sin embargo, un clima de distensión nacional ofrecía a los cubanos oportunidades de crecer y respeto, a pesar de su condición de extranjeros. Incluso, José Pardo Llada, un cubano doblemente célebre, ostentó el título de Embajador Plenipotenciario de la República de Colombia en Dominicana, donde dejó una huella afable y recordó los tiempos de la ortodoxia habanera conversando al ritmo de la tambora dominicana (o de la cadencia versadora de José Ángel Buesa que desde 1959 hasta su muerte se mantuvo en esta ciudad) con otro habanero aplatanado en Santo Domingo, Mario Rivadulla, de larga historia a la diestra de Eduardo Chibás, o con algunos de aquellos sacerdotes que expulsados de la Isla al arribo del gobierno de Fidel Castro, levantaron en Santo Domingo las escuelas Lasallistas.

Remar a ritmo de merengue

A mediados de la década de los noventa, República Dominicana experimentó un crecimiento económico. El aumento acelerado del PIB y una macroeconomía estable la convirtieron en el centro de atención de inversionistas norteamericanos y europeos, y en líder del área.

Durante los años florecientes de 1996 a 2000, que coincidieron con la administración de Bill Clinton en Washington, Dominicana fue presidida por Leonel Fernández, quien supo aprovechar el equilibrio financiero internacional para imponer, en medio de la simpatía neolioberal por toda América Latina, la percepción real de que el país ascendía en su estatus de región en vías de desarrollo.

Y era cierto, se palpaba esa bonanza en las calles de Santo Domingo. En tanto, las relaciones entre República Dominicana y Cuba eran restablecidas por iniciativa del presidente Fernández, quien invitó en dos ocasiones a Fidel Castro al país y debutó en el ejercicio de deportar cubanos ilegales hacia La Habana.

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