www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de septiembre de 2004

 
   
 
Ciudad de México: Prohibido reír
¿Son las payasadas patrimonio exclusivo del Estado cubano?
por MIGUEL COSSíO WOODWARD
 

Leo con asombro, no sin espanto, que en Cuba se ha prohibido la actuación independiente de los payasos, resolución digna de figurar entre las más insólitas que pudo haber recopilado aquel Ripley de Créalo o no lo crea.

Payasos
Payasos en nóminas estatales: ¿Risas racionadas?

Ningún ciudadano cubano puede emplearse por su cuenta para divertir a los niños en una fiesta de cumpleaños; ni maquillarse el rostro de blanco o ponerse de rojo la nariz, calzar grandes zapatones y recibir pastelazos ante cualquier público privado, so pena de ser multado y, quien sabe, hasta de ir a parar a las mazmorras. Las payasadas son patrimonio exclusivo del Estado.

Más allá de lo kafkiano y ridículo de este úkase de la burocracia, creo que es imprescindible señalar que el payaso es, desde la Antigüedad, un artista, un ser humano que despliega sus capacidades histriónicas para producir la más libre y auténtica expresión de la condición humana, la risa. Calificarlo de otro modo es una necedad y, por supuesto, un acto de alevosía. Payasos hay en las comedias de todos los tiempos, pierrots de rostros enharinados, clowns divinos en las obras de Shakespeare y en las películas de Fellini.

Famoso fue aquel Garrick, bajo cuya sonriente máscara ocultaba el llanto y la tristeza que acompañan siempre la tragedia del hombre. Payaso genial fue también Charles Chaplin, a quien dedicó un extraordinario poema el brasileño Drummond de Andrade. Cómicos trashumantes que despiertan la hilaridad con los más simples recursos han aparecido en las obras de Aristófanes y en las piezas contemporáneas de Dario Fo, como una demostración, quizás, de que la verdad no está en las grandes construcciones del discurso oficial, ni en los sueños absurdos de la gloria efímera, sino en la vida misma, sencilla y rica de todos los días.

En Cuba siempre hubo payasos, artistas populares emparentados con los diablitos de las comparsas; los cuenteros de Onelio Jorge; los personajes de una novela de Lichi Diego; los extraordinarios clowns de la televisión antes de 1959, como aquel trío de Gaby, Fofó y Miliki, que hizo las delicias de generaciones enteras.

La dictadura le teme a la risa, tiembla ante la sátira, no soporta la ironía, condena la burla, reprime a los payasos. Habla de muerte, en lugar de alegría. Hace suya la frase de "Ave César, los que van a morir te saludan", definiendo así el destino que desea para todo un pueblo triste y esclavizado. Profetiza el Apocalipsis, la destrucción y el hundimiento de la isla de Cuba en las aguas del mar Caribe.

No quiere que los niños se rían con las ingeniosas tonterías de los saltimbanquis, sino que aprendan a sufrir todos los días y eventualmente mueran como el Che, abandonados en una selva boliviana. No puede permitir que alguien, de repente, y sin censura, deje caer algún comentario chistoso sobre la realidad y el sistema. No quiere que la gente se entretenga y suelte la carcajada en medio de su terrible circunstancia diaria, sino que ande siempre preocupada, con el ceño fruncido, pensando qué comerá esta tarde, si tendrá hoy agua para bañarse, qué tiempo va a durar el apagón.

¿Cómo puede sobrevivir un país sin payasos, sin la risa necesaria, acaso más necesaria que el pan nuestro de cada día?, me pregunto aquí en México, donde el payaso Brozo se convirtió en un líder de opinión y animaba hasta hace poco el noticiario matutino de la principal cadena televisiva.

¿Cómo puede garantizar el Estado, según se afirma en la absurda resolución cubana, el suministro de la risa para una nación de once millones de habitantes? Escribo esto y, lo confieso, me echaría a reír si no fuera una cosa tan denigrante. Finalmente, ¿cómo pueden los artistas y escritores cubanos, o de cualquier parte, callar y asistir pasivamente a esta flagrante agresión contra la libertad y el arte?

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