www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de marzo de 2005

 
   
 
El experimento de la vivienda
Ni alquilar ni vender, sólo 'permutar'.
por RAFAEL ALCIDES, La Habana
 

Antes de 1959, cuando todavía en el país las riquezas no estaban en manos del pueblo que las producía, y la gente tenía aún, por tanto, que pagar alquiler por la casa en que vivía, existía un curioso modo para cambiar de casa dentro o fuera del lugar de residencia.

Desalojo
Desalojo por compra-venta 'ilegal'.

Si la casa era alquilada y el inquilino, digamos manzanillero, deseaba trasladarse a vivir en La Habana, desocupaba la casa, la entregaba a su dueño y alquilaba de nuevo en La Habana. Si por el contrario, no era inquilino sino propietario, vendía en Manzanillo y compraba en La Habana. Era un método tan sencillo que todavía hoy resulta sospechoso.

La revolución, que temprano aprendió a evadir las trampas de los burgueses y su aliado mayor, el imperialismo norteamericano, lo desechó de inmediato cuando en agosto de 1961 le otorgó a cada ciudadano —domésticas incluidas— la vivienda que ocupaba al dictarse la famosa ley que nos hizo a todos propietarios. Y para el cambio de casas, creó la llamada "Permuta". Disposición, ley o regulación que ha dado lugar al enriquecimiento de cientos de corredores de vivienda que a través de inverosímiles combinaciones conocidas como cadenas de permutas te convertirían un cuarto sin baño ni luz eléctrica en las afueras, en una opulenta mansión de la Quinta Avenida habanera.

Para impedir esto —o al menos combatirlo—, ha sido creado un verdadero ejército de inspectores que a pesar de andar de tres en tres como los chinos cuando salen a gestiones oficiales, necesitan de constantes recambios. Es explicable. Tiene la ley de la vivienda, en apariencia, sus puntos débiles. Por ejemplo, permite la venta de la vivienda, pero al Estado; y el Estado a su vez la pagará por el valor declarado al Ayuntamiento cuando cincuenta o cien años atrás fue construida.

Así, una casa que los peritos del Estado valoraron en dos o tres mil pesos, en la calle —es decir, en el mercado negro—, en manos de un buen corredor de permutas, puede alcanzar cifras de varios ceros, tantos que le permitan a un joven propietario morirse longevo sin tener que volver a trabajar. Esto, en un país donde por desdicha el ciudadano no ha acabado aún de empezar a comportarse como el Hombre Nuevo que en el fondo es, y en el cual las jubilaciones oscilan entre cinco y diez dólares mensuales al cambio, es una verdadera tentación.

¿Nada grave?

No es ello lo peor de esta al parecer manifiesta conspiración contra la virtud ciudadana. Es que, de hecho, sin proponérselo, dicha justa e inteligente ley impide que miles de familias que necesitan casas y podrían pagarlas, no las tengan por el temor a ser descubiertos presente en quienes la viven en la actualidad sin necesitarlas, infelices solitarios en su mayor parte que gustosos recogerían allí sus cosas y se irían a vivir ricos, forrados en dinero para gastarlo en la "chopin" con esplendideces de funcionarios de las Naciones Unidas, acompañando hermanos viudos que pasan necesidades, suegras y aun queriditas aparecidas en las colas del pescado.

Nada grave, dirán el supersticioso y el ingenuo político. Dinero que antes estaba en un bolsillo y ahora está en otro.

Sin embargo, mirémoslo de cerca. Aparte de que no estaría bien comerciar con aquellos bienes que tan generosamente ha puesto la revolución en manos al ciudadano, detrás de esas transacciones tan sencillas en apariencia, algo muy grave ha de ocultarse. Ni los burgueses ni el imperialismo suelen ofrecer cosas gratuitas. Y mientras la revolución intenta descubrir esta nueva y malvada trampa de sus enemigos tradicionales, seguiremos viendo al dólar corruptor corriendo detrás de los inspectores, seguiremos asistiendo al penoso espectáculo de ancianos que ya no pueden ni con las chancletas que arrastran habitando en la mayor soledad mansiones de muchas habitaciones después que sus familiares murieron o decidieron en un amargo día de decisiones hacerse a la mar flotando en un neumático de camión.

Y seguirán llegando noticias de gentes que envejecieron en Manzanillo soñando con venir para La Habana y que tal vez mueran sin lograrlo a pesar del capital (y el alma si se la pidiera) que le tienen ofrecido al corredor de permutas.

Completando el experimento ultrasecreto que al respecto se está haciendo, de manera que el Hombre Nuevo posea en todo métodos propios para resolver sus problemas, métodos autóctonos, nada vergonzosamente copiado de culturas ajenas, un día, para suerte del en aquel tiempo inexistente corredor, periódicos y revistas desterraron de sus páginas los anuncios de permutas que en los primeros meses del osado y ya antaño experimento estaban autorizados.

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