Una vez, al pasar frente al Capitolio Nacional, Nicolás Guillén se topó con su viejo conocido, el entonces senador Paco Prío, hermano del presidente Carlos Prío Socarrás. Paco, gentil y abundante como siempre, lo invitó almorzar en el exclusivo Palacio de Cristal. Pero antes, le dijo a Nicolás, y a fin de hacer tiempo, pues eran las diez de la mañana, que tendría que acompañarlo a Palacio a llevarle un encargo a su hermano Carlos.
Nicolás, que por una de esas casualidades de la vida acababa de entregar esa propia esa mañana un epigrama contra Carlos Prío en la sección que escribía en el periódico Noticias de Hoy, aceptó de mil amores aquella invitación caída del cielo, pues por esos días —me contaría años después el poeta—, en su casa, él y Rosa venían pasándola con harina de maíz a media tarde y, a veces, cuando se podía, café con leche por la noche.
En Palacio, Carlos fue muy gentil. Al celebrarle lo ingenioso de un epigrama donde Nicolás lo ponía de vuelta y media, escrito par de semanas antes, el poeta le dijo: "Y deja que leas el de mañana: te vas a caer para atrás". Para complacerlo, Nicolás dijo el nuevo epigrama. Igual que Paco, Carlos estaba muerto de risa. Por fin logró ponerse serio y le dijo quejoso: "Me estás llevando recio, Nicolás". "Más recio estás llevando tú al pueblo", respondió el poeta. "Es que tú no sabes lo que es ser presidente —lamentó Prío—. Aquí donde me ves, estoy sufriendo".
Entretanto, recibió el encargo que Paco le llevaba (era un frasco de cocaína), se lo metió en un bolsillo de la chaqueta y mostrando el bulto por encima de la tela con el orgullo de quien llevara allí la lámpara de Aladino, le dijo a Nicolás: "¡El animal!".
No es el único caso de liberalismo, de intransigencia política que hallaremos en el antecesor del Hombre Nuevo. Se cuenta que cuando a fines de 1959 Jorge Mañach decidió irse de Cuba, es decir, "traicionarla", a la primera persona a la que telefoneó para comunicárselo fue nada menos que a su viejo antagonista político y amigo de siempre, Juan Marinello.
No es extraño. Tanto Marinello como Nicolás Guillén, figuras habituales en cárceles y predios policiales, revolucionarios tradicionales cuyas vidas no perecieron de milagro en aquellos años de tiranías, fueron tan románticas que al enemigo político solían llamarle con candor que ofende, "adversarios" —¡mire usted eso, adversarios!—, incapaces por completo, a pesar de sus caudalosas bibliotecas leídas y del valor personal demostrado en defensa de sus ideales, que en política sólo hay amigos y enemigos, que lo de adversario es un eufemismo inventado por el enemigo, por el burgués, y que, en todo caso, enemigo o adversario, si el mismo no está muerto o puesto a buen recaudo en una cárcel de máxima seguridad, es un peligro. |