www.cubaencuentro.com Domingo, 22 de mayo de 2005

 
   
 
La Habana: Robin Hood y las joyas del reino
Al ritmo que van las cosas, en diciembre de 2005 hasta los caracoles, las piedras y los dientes de los perros valdrán más que el chavito.
por JOSé H. FERNáNDEZ
 

Nadie, ni Vallejo, había sido capaz de calcular la cantidad de dinero que cuesta ser pobre. Nosotros tampoco lo hemos hecho. Pero dimos un significativo paso de adelanto al descubrir cuánto vale salir de la pobreza: dos pesos por cada chavito.

Chavitos
El chavito: ¿una solución para salir de la pobreza?

No obstante, este revolucionario avance de la ciencia económica es poca cosa si lo comparamos con otro descubrimiento nuestro, aún más genial y trascendente: para salir de la pobreza no es necesario aumentar los volúmenes productivos, ni la cantidad de bienes y servicios en circulación, mucho menos se precisa rebajar los precios y/o subir los sueldos de forma substancial.

El único requerimiento para dejar de ser pobres es quitarle dos pesos de cada chavito que reciba el pobre por concepto de remesa o socorro familiar, y hacer como si se lo entregáramos a otro pobre que no recibe remesas y que inmediatamente empezará a dejar de ser pobre, gracias al consuelo que le proporciona saber que el otro pobre tendrá dos pesos de menos por cada chavito.

Robin Hood ya lo había intentado antes en los bosques de Sherwood. Pero le hemos ganado la patente de trascendencia, ya que su operación era mucho menos sofisticada. No sólo porque a quienes expropiaba era a los ricos y a punta de flecha, sino porque a la hora de favorecer a los humildes, lo hacía directamente, sin actos de prestidigitación bancaria, sino a lo bestia, con la concreta en la mano.

En lo único que se nos adelantó aquel héroe de las baladas inglesas del siglo XV fue en la variante de ayudar a los pobres entreteniéndoles por capítulos, a través de programas televisivos. Sin embargo, resultó muy poco revolucionario en lo demás. Puesto que para favorecer a los desposeídos, despojaba al reino de sus joyas. Y eso no tiene gracia. Es lo más fácil, lo trillado.

Auténticamente original y asombroso es lo que hacemos nosotros: quitarle al que no tiene y convencer al que tiene todavía menos de que debe aplaudir la operación, porque esa y no otra es la vía para librar a nuestros pobres de la pobreza.

En tanto, las joyas del reino se mantienen a buen resguardo, porque constituyen la reserva de nuestra condición de pobres con esperanza de abandonar la miseria, al tiempo que garantizan la vigencia del lema "sí se puede".

Capítulo a capítulo

Verdad es que entre los objetivos que nos hemos propuesto —los que podemos reconocer públicamente— también se encuentra hacer llorar a los que aman en exceso la moneda del enemigo. Mas, ello tampoco afecta a las joyas del reino, ya que, joyas, al fin y al cabo, pueden pasarla sin amar el bien ajeno, pues les sobra con el propio. Además, su oficio, como joyas, no es llorar, sino causar llanto.

Ahora tenemos en plan seguir haciendo cálculos para salir del hueco en que nos ha metido este enamoramiento loco de casi medio siglo con la moneda del enemigo.

Así es que en los próximos capítulos de la serie, Robin Hood, el máximo arquero, intentará demostrar que para que los pobres dejen de ser pobres no es menester el establecimiento de relaciones armónicas entre el esfuerzo que estos desarrollan y lo que reciben a cambio, o entre la cantidad de dinero que se invierte en los negocios y el volumen y la calidad de bienes y servicios que las inversiones generan. Esas son tonteras reaccionarias.

Lo realmente original como método para dejar de ser pobres, es seguir rebajando, de dos en dos, de cuatro en cuatro, el supuesto valor en pesos del chavito, ese trozo de papel simbólico que para mantener con vida a los pobres de aquí, respaldan con su trabajo otros pobres nuestros, víctimas del abuso capitalista.

Lo ideal sería que no necesitáramos depender del uso del dinero. Como en el paraíso. Pero hacia allá vamos. De hecho, tanto los pobres como las joyas del reino, nos hemos dedicado a enriquecer desde hace tiempo la prehistórica economía del trueque. Puede que esta sea una de las causas por las que nuestras escasas producciones no llegan apenas al mercado. Y hasta podrían acusarnos de desviadores de recursos, de gatos, de bisneros. Es un riesgo que debemos correr, mientras nos preparamos para el luminoso futuro.

Porque sí se puede. Y lo está demostrando el máximo arquero, capítulo a capítulo.

Si entre los primeros tipos de moneda de que se tienen noticias alinean una especie de caracol, en la India, las piedras redondas, en Ghana, y los dientes de los perros, en Nueva Guinea, entonces también nosotros podemos apostar por una moneda sui géneris como paso previo a la eliminación del dinero.

Después de todo, al ritmo que tenemos previsto, hasta los caracoles, las piedras y los dientes de los perros valdrán más que el chavito en diciembre de 2005.

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