www.cubaencuentro.com Domingo, 22 de mayo de 2005

 
  Parte 1/2
 
Barcelona: Caer en desgracia
Después de 1959, la tradición iconográfica del gallo se vio interrumpida en la Isla: La revolución lo convirtió en un animal totémico tabuado, casi proscrito.
por MANUEL PEREIRA
 

Para conocer a fondo la catalanidad hay que explorar la iconografía de Joan Miró. Su primera obra cumbre, La Masía (1921), ya contiene en germen lo que será su bestiario posterior. "Masía" significa "casa de campo" y en ese panorama bucólico vemos caballos, conejos, lagartos, perros, caracoles, cabras… y un gallo cantando en el gallinero.

Gallo
Un Gallo de Mariano Rodríguez.

Góngora definió el reloj como "las horas ya de números vestidas", del mismo modo que un gallo puede describirse como "las horas ya de plumas vestidas" porque marca el ritmo de la vida rural. Aparte de dar la hora, nuestros guajiros le otorgaban a ese animal diferentes unidades de medida: "eso está al cantío de un gallo", o bien, tal cosa ocurrió "en menos de lo que canta un gallo". En Miami, hay cubanos que siguen criando gallos sólo para oírlos cantar, para conservar su identidad.

Aunque Miró nació en Barcelona creció en una casa de campo de Montroig, provincia de Tarragona. Por eso es natural que convirtiera al gallo en una constante plástica. No en vano el gallo se repite —distorsionado— en otra tela suya, Tierra Labrada, de 1923. Y reaparece —cada vez más estilizado— en El carnaval del arlequín (1925), y otra vez lo vemos —ya casi irreconocible— en Perro ladrándole a la luna, de 1926.

En Cuba la imagen del gallo era central. Por eso hubo entre nosotros un pintor obsesionado con esa ave. Mariano Rodríguez no era un gran pintor, pero tuvo el acierto de abordar esa temática con ahínco. Él no introdujo el gallo en la plástica cubana, que ya estaba presente en el cuadro Campesinos, pintado por Eduardo Abela en 1942. Siempre he pensado que así como Carlos Enríquez fue nuestro Dalí, Abela fue nuestro Miró.

El mérito de Mariano fue retomar ese tema y prolongarlo, a pesar de ser un motivo mal visto después de la revolución. El gallo implica obviamente violencia, pero también colorido, vitalidad y sensualidad. En cierta forma es un símbolo de la libertad. Las peleas de gallos son más justas que las corridas de toros. La plaza de toros que los españoles instalaron en la Habana —donde hoy está el Hospital Ameijeiras— fracasó porque el cubano prefería la violencia voluptuosa e imparcial de los gallos. En la gallera no hay abuso, allí se enfrentan dos gallos en igualdad de condiciones mientras que el toro rivaliza con los hombres en franca desventaja.

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