www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de julio de 2005

 
   
 
La Habana: En casa del herrero, agua de cloaca
Una nueva resolución del Ministerio de Comercio Interior ha comenzado a regular el consumo y la venta de bebidas alcohólicas en la Isla.
por JOSé H. FERNáNDEZ
 

No hay que entender mal las resoluciones dictadas por el aparato del régimen: en esta Isla no es ilegal emborracharse. Lo que pasa es que resulta muy difícil, punto menos que imposible. Y no porque no lo propicien los horarios o espacios establecidos por la nueva resolución. El problema no es de tiempo y lugar, sino de los niveles de alcohol que ahora contienen nuestras bebidas alcohólicas.

La Habana
Pipa de cerveza en el Malecón.

A los ausentes tal vez no les parezca serio, pero, hoy por hoy, no podemos menos que sentir nostalgia por la guarfarina, el azuquín, el alcolifán, la lechita, el mofuco, el chispetrén, el vino espumoso y todas aquellas fórmulas diabólicas de años atrás, que al segundo buche nos alborotaban y nos ponían heroicos, y al cuarto nos hacían el mismo efecto que la kriptonita a Supermán.

Asimismo, son de extrañar las cerveceras llamadas Pilotos. Cierto, eran cajones enrejados con acero para facilitar el trabajo de la policía. La dificultad no radicaba en entrar, sino en salir vivo. La cerveza sabía a pólvora disuelta en vinagre. Pero todavía era cerveza. Y ello resulta suficiente para que provoque añoranza en estos días.

El papel aguanta todo lo que le escriban. De modo que posiblemente no haya que tomar al pie de la letra eso de nuestros altos índices de alcoholismo en la actualidad.

Con las aguas de cloaca que aquí se empeñan en seguir nombrando ron y cerveza ha de suceder lo mismo que con los discursos o las consignas: nos emborrachan antes del primer trago debido a una cierta predisposición, un reflejo condicionado. Pero en la concreta, no llegan a hacernos ni cosquillas, por el simple motivo de que no nos bajan por el gaznate.

'Santiguado' sin piedad

Por más contradictorio que resulte a primera vista, en un país que es la mata del mejor ron, con los estantes de las shopping repletos de licores cubanos de diferentes marcas, con flamantes Casas del Ron, con las neveras del mercado en divisas colmadas de cervezas nacionales y extranjeras, aquí el bebedor de a pie, tanto el de todos los días como el de ocasiones especiales, no tiene más alternativa que empujarse una suerte de queroseno ligero, "santiguado" sin piedad a su paso por todas las instancias, desde la fábrica hasta el último despachador.

Con la cerveza otro cuarto se alquila, tanto la que es distribuida en pipas como la de botella, sin etiqueta, claro, porque está destinada a la venta en moneda nacional, o sea, a pobres curdas con el paladar cuadrado.

Hace unos diez o doce años, el administrador de un bar en el municipio Playa, pereció envuelto en llamas cuando, oculto entre las sombras de la noche, intentaba arrimar un fósforo encendido a la boca de la pipa de ron con el fin de calcular en claro la cantidad de agua que debía agregarle. Hoy no hubiésemos sufrido tan lamentable pérdida, pues la pipa llega al bar con agua hasta los bordes. Y aunque el administrador arrime el fuego para poner más de lo mismo, no explota, ya que falta el espíritu mínimo indispensable para propagar la chispa.

Tal y cómo se pinta el panorama, me dirán que entonces tampoco son confiables los informes que hablan de una marcada tendencia al consumo de alcohol entre los jóvenes de la Isla. No, alcohol, lo que se dice alcohol, casi no beben. Lo que ocurre es que dinamitan con pastillas el agua de cloaca, lo cual, además de garantizarles una nota rápida y barata, les tranca la diarrea.

Recientemente, mientras en una suntuosa residencia de El Laguito coronaban en ceremonia oficial al Hombre Habano, brindando con Ron Reserva Habana Club (de más de 100 dólares la botella), con profusión de vino, coñac y champán de las más regias etiquetas mundiales, y con cena de ensueño, a 500 dólares el cubierto, en el parque Manila, del Cerro, un grupo de muchachos marginales le paraban los pelos de punta al vecindario, enfrentándose en duelo a pico de botella rota y poniendo patasarriba todo cuando hallaban a su paso.

Se supo que aquel entusiasmo combativo de nuestra joven generación había sido provocado no por el alcohol sino por píldoras (tal vez Parkisonil y/o Reasec, para trastornos del sistema nervioso y del estómago, respectivamente), con las que intentaron reanimar el espíritu alelado del agua de cloaca que venden en el bar de la esquina, en horarios autorizados, a veinte pesos la botella.

Y ahora no me queda muy claro en cuál de los dos lugares, si en el parque Manila o en El Laguito, estuvieron "propiciando conductas no acordes con nuestros principios éticos y morales", según reza en la resolución del Ministerio de Comercio Interior para regular el consumo y la venta de bebidas alcohólicas.

Bueno, tampoco hay que tomarlo tan al pie de la letra. El papel aguanta todo lo que le escriben.

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